La dignidad de la persona se apoya en la libertad. Esta fue una de las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II, con el decreto Dignitatis Humanae, a la Iglesia y al mundo entero. Sin embargo, todavía la Iglesia no ha asumido todas las consecuencias de este principio conciliar, porque sigue teniendo miedo a la libertad y a la razón. El Estado confesional es un enorme obstáculo para adherirse libremente a Cristo.