España ha resultado ser uno de esos pomposos edificios de Calatrava, de (falsa) modernidad que se agrieta y se desconcha. Podríamos decir que los arquitectos estrella —de todos los ámbitos— nos han estrellado. Con nuestra connivencia, porque nos estaba gustando, más o menos, lo que hacían; ignorando las condiciones técnicas de su sostenibilidad.