Lo dicho, háganme caso, si no quieren ser candidatos al infarto, sean espléndidos con ustedes mismos y, estas navidades, obséquiense con una buena y generosa ración de paciencia. Y es que para reprimirse y sobrevivir en un mundo convulso y repleto de sobresaltos, lo de "tener más paciencia que un santo" ya no es tanto una virtud deseable como un requisito exigible. No la pierdan.