Desde ya más de dos siglos, a ojos de Occidente, no existe otra fuente plenamente legítima de conocimiento más que aquella sustentada sobre bases científicas o que, de algún modo, contenga derivaciones de carácter empírico en sus planteamientos y formulaciones. El pensamiento, nuestro pensamiento, es cautivo de una feroz adicción a lo mesurable, cuantificable, comprobable y susceptible de ser formulado en términos blindados frente a la posibilidad de controversia.