Las opiniones, si no son fuertes, no sirven para nada, y Félix de Azúa (Barcelona, 1944) las tiene y las dispara sin escudo y sin esconder la mano, aunque sin bronca: conserva sus modales de Oxford, habla sin levantar la voz y sin que se le caiga la sonrisa. Su conversación es tan luminosa como sus libros, donde muchos españoles empezamos a dejar de tomarnos en serio y aprendimos que el arte se había acabado. Nos citamos un viernes. La víspera él ha estado en la RAE, como todos los jueves. «En este país la política es pura obediencia», dice.
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Es lo que tiene partitocracia, la democracia de partidos, y su estructura burocrática de cargos. Gente que viene a vivir de la política directa o indirectamente y que no tienen ninguna carrera profesional en la sociedad civil.
En realidad desde el XIX la talla de los políticos ha ido disminuyendo. Basta pensar en el diputado Tocqueville o la capacidad intelectual de un Azaña y lo que hoy abunda entre esos ganapanes que dirigen los partidos.