En este paisaje, la justicia se convierte en un horizonte que siempre se aleja. Las causas se alargan, los juicios se dilatan, los veredictos se dosifican según la conveniencia política. Mientras tanto, la desigualdad se administra con eficacia quirúrgica: no se erradica, se modula para evitar estallidos. La legalidad funciona como un dique que regula el flujo del descontento, permitiendo pequeñas victorias que confirmen la ilusión de imparcialidad, mientras lo esencial permanece intacto.