Lo que hoy rodea a Isabel Díaz Ayuso y a su pareja recuerda demasiado al viejo episodio del ático de Ignacio González. Y no porque el periodismo quiera ver sombras donde no las hay, sino porque el relato coincide paso a paso. El modus operandi se repite con una precisión casi técnica: (1) residir en una vivienda que figura a nombre de un testaferro, (2) justificar el disfrute con un alquiler sorprendentemente bajo, y (3) comprar después el inmueble por un precio rebajado respecto al mercado real.