Durante meses mi vida sentimental fue un carrusel de pulgares: Tinder, Badoo, repetir. “Matches” aquí, ghosting allá, conversaciones que mueren como plantas sin riego y, de vez en cuando, una cita que parece promesa y acaba en anécdota. Yo, que no soy precisamente tímido, empecé a sentir esa fatiga rara de app de citas: el catálogo infinito, los mismos chistes, el mismo “¿qué tal tu finde?” que ya no sé si lo digo yo o lo dice la costumbre jaja.
Un amigo(un personaje mejor dicho) me pasó un enlace con la solemnidad de quien comparte un truco de cocina: wuopo.com. Entré sin expectativas, como quien mira el buzón por inercia. La primera impresión fue curiosa: menos fuegos artificiales y más “pasa, aquí estamos”. Y un par de ideas que, a mi yo cansado de deslizar, le sonaron a aire fresco: puedes escribir sin esperar el “match” (bendición para los impacientes educados) y hay un “Radar” para ver quién está cerca, como si juntaras el mundo de las citas con el de quedar a tomar un café sin logística imposible.
Terminé registrándome por pura curiosidad. Lo primero que noté fue que el tono general es menos escaparate y más plaza pública. Perfiles verificados, énfasis en que las fotos pasan revisión, y un discurso que insiste bastante en que la casa es gratis 100%. No puedo jurarlo ante notario —tú sabrás cómo lo uses—, pero esa insistencia en “somos reales, no bots” y “no te vamos a marear con muros de pago” me relajó un poco.
La segunda cosa que me llamó fue que hay grupos geolocalizados y secciones por intereses y edades; no todo se juega en el 1 a 1, hay un rollo de comunidad que reduce la tensión del “hola desconocido, a ver cómo no sueno raro”. Entré en un par de grupos de mi zona y la conversación fue más natural de lo que esperaba, quizá porque el contexto te da excusas mejores que un simple “me salió tu foto”.
No voy a vender humo: Wuopo no te va a arreglar la vida amorosa en una tarde. Pero a mí me cambió el humor. El hecho de poder iniciar conversación sin lotería de match me quitó esa sensación de casino emocional. Y el radar me sacó de la fantasía de “algún día quedaremos” al muy práctico “esa cafetería me pilla a diez minutos, te viene bien a las siete”. Las apps grandes tienen su músculo, sí, pero también esa inercia de parque temático. Aquí sentí algo más de barrio, obviamente no espereis una app con los acabados de gigantes como Tinder, pero también pienso, el objetivo es quedar no tantas tonterías.
Más claro hay detalles por pulir. Echo en falta más guiños de cierre cuando terminas un flujo (esa micro-confirmación que te dice “bien, ya está”) y alguna ayuda contextual para los nuevos. Por lo demás, lo esencial funciona: chatear, ver quién está cerca, gestionar a quién quieres conocer y listo. Si te va el móvil, también tienen app en Android con la misma filosofía de perfiles revisados y control sobre a quién contactas, nada de “espera a que el algoritmo te bendiga”.
Basta de chachara ¿Resultados? Dos conversaciones que no se perdieron en el limbo, un café que no necesitó tres semanas de coordinación y la sensación, por primera vez en meses, de no estar en un pasillo infinito de supermercado. Puede que sea la ausencia de la tiranía del match, puede que sea el enfoque más local, o quizá fue simplemente una buena racha. Pero salí con la idea de volver al día siguiente sin esa mezcla de pereza y resignación que me provocaban las otras.
Si vienes quemado de deslizar como yo, igual te sirve hacer la prueba. Entra en esta o sospechos que cualquier app de citas alternativas no tan artificial como las típicas, curiosea el radar, lánzate a escribir cuando alguien te guste y asómate a algún grupo de tu zona. Si no te cuadra, cierras pestaña y a otra cosa; si te cuadra, igual te ahorras un mes de “¿sigue ahí?” y “este chat me suena”. Yo, al menos, he vuelto a tener ganas de decir “hola” sin sentir que estoy tirando una botella al mar. Porque al final uno se va haciendo mayor y se cansa de las tonterías de algunas apps.