Miró sus manos con sarcasmo, como negándose a recordar que son pluripotenciales. Que igual pueden lanzar una piedra que acariciar el trigo, escribir poemas con soberbia etrusca o simples mentiras paleozoicas.
Miró al campo salado de avenas, al intrépido vacío de su mundo. Estaba aquí, vigilando el paso de los estorninos, estudiando el deseo y el vértigo con una indiferencia precisa, licenciado en no necesitar del mundo más que su existencia.
Acarició el mineral, como transido en la experiencia de futuros transitorios, olió los pechos de mujeres desconocidas, sorbió el perfume de los valles sagrados, soñó un instante con versos prohibidos…
Miró hacia el fondo del valle, y con soltura y decisión lanzó la piedra.
Y se fue acariciando el trigo.