Todo aprobado, celebración en el parque... mi padre nos olió, y para evitar que nos viera, corrimos hacia la oscuridad. Lo conseguimos. Durante la carrera la rodilla hizo crack. La escayola del día siguiente rompió el sueño del interrail, de disfrutar de albergues como si fueran palacios.
Así que otro verano en el pueblo, viendo a los niños jugar en el lago, que al contrario que el océano, no tenía apenas olas ni marea. Al menos todavía no había reguetón. Aunque recuerdo con más claridad a la orquesta durante las fiestas (las mejores de la comarca, dicho sea de paso) con su son montuno hasta las 3 de la mañana.
Pero uno no es incorruptible al aburrimiento. A falta de propuestas más interesantes como hacer solitarios con una baraja española, me dediqué a la papiroflexia, así los podría liar en la oscuridad para no tener que huir como un narco.
Año 2125.
La cola daba la vuelta a la manzana, rodeando el templo, compuesta por gentes venidas de allende los mares, personas transpirenaicas, transalpinas, transatlánticas, transmediterráneas, transidas de cansancio por tanta espera.
Y es que la noticia del fenómeno había llegado a todos los rincones del planeta. Y la palabra "fenómeno" no le hacía justicia: casi se podría considerar un milagro. De hecho, la Iglesia había iniciado ya el proceso de beatificación.
No había más que ver la expresión de los que ya lo habían visto, de aquellos que salían del recinto por la puerta lateral: asombro, estupefacción, repugnancia, incredulidad…
Le pregunté a uno de los que habían salido qué había visto:
-Está ahí, en perfecto estado de conservación, sujetando todavía el último fajo de billetes de la última comisión: el brazo incorrupto del San Cristobal el Corrupto.
El templo estaba situado, no podía ser de otra manera, en Montoro.
menéame