
Iban a ir al mar de plástico y pensaban ir juntos. Inspectora de sanidad e inspector de trabajo.
Sabían que en aquella zona de España se hacinaban miles de inmigrantes, trabajando jornadas infinitas en los invernaderos y malviviendo en poblados chabolistas, o campamentos improvisados podridos de basura. Y casi todos ellos sin contrato ni garantía alguna.
Se presentaron en el pueblo a las nueve de la mañana y la inspección duró hasta las siete de la tarde.
Finalmente, sin miedo a las represalias, impusieron nueve sanciones.
Dos a talleres mecánicos por registro horario incorrecto. Otras dos a un restaurante por falta de afiliación de la cocinera y el pinche. Tres al geriátrico por tener a dos auxiliares a falsa media jornada. Y dos más a un hostal por ofrecer como dobles varias habitaciones demasiado pequeñas.
Luego volvieron a casa satisfechos.
Nueve sanciones en un día: se había hecho justicia.
No está en ese rincón
Por más que miro de soslayo
Ni atisbo de emoción
No consigo sino fallo
-=-
La culpa incontrita se oculta
Cuando buscas absolución
Inconscientemente resulta
Demasiada imposición
-=-
Los ojos vueltos hacia adentro
Reflejan cual espejo
La búsqueda de un centro
Que no es más que un reflejo
-=-
Un espejismo vacío
Un espíritu baldío
Un juicio tardío
Un carácter impío
-=-
"Introspección", se dijo a sí mismo, pero sabía que era mentira, que esa revisión interna no era más que una pretenciosa tentativa de justificar su maldad, un vano empeño de disculpar su iniquidad, su falta de conmiseración, su alarde de mezquindad, un intento estéril de excusar su inhumanidad.
Era una persona malvada, una mala persona, era consciente de ello, y ninguna introspección le salvaría de sí mismo, ni, peor aún si cabe, a los demás de su vileza.
Una inspección ocular debería ser algo rutinario, pero aquella no lo era. A veces, cuando vemos mal por un ojo, ni siquiera somos conscientes, porque el cerebro interpola la información de ambos y reconstruye una imagen nítida, incluso se inventa la imagen del punto ciego. Pero María Ferro tenía un problema más grave: Su ojo izquierdo veía las cosas tal y como son, y había comprobado que el cerebro se inventa demasiado: hasta la propia luz era mentira.
Le dirían de nuevo que era neurológico, malformaciones oníricas, tanto la luz plateada y metálica, como las ondulantes proyecciones del pensamiento ajeno; las figuras pesadamente intensas sostenidas por filamentos, la extrusión de otros sentidos mezclándose con la imagen en una orgía de sinestesia policromada, polisensitiva, polilobulada, polisémica...
Pero ahora veía igual por el derecho, y los perfumes eran canciones.
Y tanta belleza era insoportable.
Y un tanto plata cremosa allegro moderato.
Tras casi cuarenta años en la empresa, había aprendido a ser eficiente en su trabajo.
Cuando empezó, leía los informes examinando cada detalle e incluso rehacía los cálculos él mismo para comprobar que todo era correcto. Una pérdida de tiempo.
Más adelante, decidió inspeccionar solo las hipótesis y las conclusiones. En las raras ocasiones en que detectaba errores, estos no tenían impacto real. Sus superiores le felicitaron por su aumento de productividad.
En los últimos años, se limitaba a firmar los análisis que le entregaban, con lo que se agilizaba la revisión. Gracias a su entrega se convirtió en el empleado ejemplar.
Esa mañana, un error de diseño en el sistema desencadenó un accidente con más de doscientos muertos. Todos se preguntaron cómo había podido ocurrir algo así.
Esta semana el concurso de microrrelatos de Menéame pone la lupa —literal y figuradamente— sobre un nuevo tema: «Inspección». Una palabra que huele a carpetas abiertas, a miradas inquisitivas y a ese silencio incómodo antes de que alguien pregunte «¿Esto quién lo ha firmado?». Ya sea una auditoría de vida, un cacheo emocional o la rutina implacable de quien lo revisa todo dos veces, la inspección abre la puerta a relatos con lupa, linterna o detector de mentiras.
Como cada semana, el reto consiste en contar una historia completa en menos de 150 palabras. Puedes participar hasta el domingo votando y/o escribiendo con el estilo que prefieras: desde el más íntimo y poético hasta el más sarcástico o caótico. ¿Un relato sobre inspectores de hacienda sin escrúpulos? ¿Sobre miradas que radiografían almas? ¿Sobre el mismísimo inspector Gadget haciendo de las suyas mientras grita «¡Adelante, brazo telescópico!»? Todo cabe en un buen micro.
Nadie supo que la somera inspección técnica que hizo Alfredo Ashlam en una fábrica de turbinas, resuelta rápidamente aceptando un mezquino soborno de maletín, provocó uno de los peores accidentes de aviación recordados, en el que casualmente murieron él, su mujer y sus dos hijos menores durante un despreocupado viaje vacacional.
Cuando el juez requirió la documentación de aquella chapucera inspección, simplemente no estaba. Alguien decidió años atrás que tantas pruebas técnicas eran prohibitivas y rellenó los dosieres con papeles vacíos. Se culpó a un tal Gubelkian, responsable del archivo, que fue despedido y acabó indigente y alcoholizado. Su hijo vivió avergonzado creyendo que su progenitor era el culpable de aquellas muertes.
Años después Gubelkian hijo fue elegido presidente de la república. Como medida para evitar casos como el de su padre tomó una decisión radical y legisló contra cualquier tipo de injerencia en la actividad empresarial:
Prohibió las inspecciones.
menéame