Que trabajen las hormigas. Ya es hora de sincerar la miseria de la naturaleza castigadora del trabajo. Durante siglos se le ha querido insuflar de un valor ético y moral, confundiendo tramposamente la producción de transpiración con la adquisición de dignidad. Basta ya. Por fortuna, la sociedad moderna cuenta con una herramienta inmejorable para las insufribles penurias propias de las ocho horas: la Organización No Gubernamental.