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Todos los rituales de la noche de fin de año de las diferentes culturas del planeta no sirven absolutamente para nada si no los acompañamos de nuestra fuerza de voluntad. Las cosas no cambian solas, las heridas no cicatrizan si no dejamos de hurgar en ellas y las ofensas no se perdonan mientras no decidimos que ya no nos dañan.
No contentos con ponerles nombres a las cosas, no podemos resistirnos a la tentación de ponerle nombres a lo que sentimos y a lo que pensamos, como si creyésemos que por darles nombre nos resultaran más asequibles, más fáciles de ordenar y de comprender.
Todos los rituales de la noche de fin de año de las diferentes culturas del planeta no sirven absolutamente para nada si no los acompañamos de nuestra fuerza de voluntad. Las cosas no cambian solas, las heridas no cicatrizan si no dejamos de hurgar en ellas y las ofensas no se perdonan mientras no decidimos que ya no nos dañan.
No contentos con ponerles nombres a las cosas, no podemos resistirnos a la tentación de ponerle nombres a lo que sentimos y a lo que pensamos, como si creyésemos que por darles nombre nos resultaran más asequibles, más fáciles de ordenar y de comprender.