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Si por algo se caracterizan las sociedades industriales es por haber sido conformadas a partir de uno de sus productos estrella, el automóvil, que ha permitido un enorme crecimiento en tamaño, población y velocidad de cambio en sus ciudades. Sin embargo, este crecimiento urbano, que también ha sido un factor clave en las políticas de industrialización del campo, ha supuesto un gran incremento de consumo energético, y un perjuicio muy sustancial de los entornos: cambio climático, degradación de suelo y agua, y contaminación del aire.
Tod@s sabemos, más o menos, qué es el Producto Interior Bruto. Su cálculo es el punto de partida del crecimiento y contabiliza la totalidad de la actividad económica, el conjunto de bienes y servicios producidos en un país durante un espacio de tiempo determinado. Pero no contesta a muchas preguntas importantes: ¿Cómo se ha generado esa riqueza?, ¿qué consecuencias tiene?, ¿cómo está repartida? Y no lo hace porque el PIB refleja un modelo de sociedad en el que las respuestas a esas preguntas son, sencillamente, irrelevantes.
Reflexión sobre por qué uno de los principales soportes éticos de la filosofía liberal, el 'principio de daño', es totalmente incompatible con el sistema económico que sus seguidores tanto defienden.
Consumir es un acto político. De hecho, es la herramienta más eficaz de la que disponemos l@s ciudadan@s para ejercer nuestra acción política. En una sociedad de consumo (aquella cuya principal aspiración cultural es la posesión de bienes y servicios), es desgraciadamente más importante que el voto o incluso me atrevería a decir que la acción directa o la cooperación social. Es fácil entender entonces que el consumo de carne, como el de cualquier otra mercancía, también tiene implicaciones más allá del mero intercambio comercial.
Es indudable que el turismo de masas como fenómeno global ha experimentado un crecimiento importante al calor de la globalización, en el que destaca sin duda la expansión del sector de los cruceros. Sin embargo, el transporte que lo posibilita es uno de los principales sectores de consumo mundial, pues aparte de los cientos de millones de automóviles que existen en el mundo, el turismo y el ocio basados en vuelos baratos y cruceros de largas distancias suponen grandes movimientos, mucho gasto de energía y fuertes impactos ambientales.
Si por algo se caracterizan las sociedades industriales es por haber sido conformadas a partir de uno de sus productos estrella, el automóvil, que ha permitido un enorme crecimiento en tamaño, población y velocidad de cambio en sus ciudades. Sin embargo, este crecimiento urbano, que también ha sido un factor clave en las políticas de industrialización del campo, ha supuesto un gran incremento de consumo energético, y un perjuicio muy sustancial de los entornos: cambio climático, degradación de suelo y agua, y contaminación del aire.
Tod@s sabemos, más o menos, qué es el Producto Interior Bruto. Su cálculo es el punto de partida del crecimiento y contabiliza la totalidad de la actividad económica, el conjunto de bienes y servicios producidos en un país durante un espacio de tiempo determinado. Pero no contesta a muchas preguntas importantes: ¿Cómo se ha generado esa riqueza?, ¿qué consecuencias tiene?, ¿cómo está repartida? Y no lo hace porque el PIB refleja un modelo de sociedad en el que las respuestas a esas preguntas son, sencillamente, irrelevantes.
Reflexión sobre por qué uno de los principales soportes éticos de la filosofía liberal, el 'principio de daño', es totalmente incompatible con el sistema económico que sus seguidores tanto defienden.
Consumir es un acto político. De hecho, es la herramienta más eficaz de la que disponemos l@s ciudadan@s para ejercer nuestra acción política. En una sociedad de consumo (aquella cuya principal aspiración cultural es la posesión de bienes y servicios), es desgraciadamente más importante que el voto o incluso me atrevería a decir que la acción directa o la cooperación social. Es fácil entender entonces que el consumo de carne, como el de cualquier otra mercancía, también tiene implicaciones más allá del mero intercambio comercial.
Es indudable que el turismo de masas como fenómeno global ha experimentado un crecimiento importante al calor de la globalización, en el que destaca sin duda la expansión del sector de los cruceros. Sin embargo, el transporte que lo posibilita es uno de los principales sectores de consumo mundial, pues aparte de los cientos de millones de automóviles que existen en el mundo, el turismo y el ocio basados en vuelos baratos y cruceros de largas distancias suponen grandes movimientos, mucho gasto de energía y fuertes impactos ambientales.