Los intérpretes/autores defienden los intereses de las compañías discográficas pensando que son los suyos. Aún no comprenden que eso es un error, un prejuicio que va en contra suya.
Aún no han entendido las enormes posibilidades de negocio que se les abren con las descargas de internet: han pasado algunos de tener una audiencia de por ejemplo 30.000 personas, a otra de 30 millones. Pueden cambiar de recibir las limosnas de la compañía de turno a poder hacer giras en Japón, por poner un ejemplo.
Yo estoy escuchando música buenísima de autores que nunca podría haber oído, que ni siquiera sabía de su existencia. ¿Es eso malo para ellos?
Manolo García se deja llevar por ideas preconcebidas sin analizar el fondo del asunto, que es muy distinto a "unos chorizos que me están quitando el pan": en todo caso son unos "chorizos que le quitan el pan al burócrata de la compañía de discos", que ni entiende de música ni le importan un bledo los músicos.
Es como un síndrome de Estocolmo: en los años sesenta los músicos maldecían a las compañías que les explotaban y censuraban sus obras, debiendo tratar con ejecutivos que nada sabían de música. Ahora se pirran por esos mísmos ejecutivos, ¡qué paradoja!
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Los intérpretes/autores defienden los intereses de las compañías discográficas pensando que son los suyos. Aún no comprenden que eso es un error, un prejuicio que va en contra suya.
Aún no han entendido las enormes posibilidades de negocio que se les abren con las descargas de internet: han pasado algunos de tener una audiencia de por ejemplo 30.000 personas, a otra de 30 millones. Pueden cambiar de recibir las limosnas de la compañía de turno a poder hacer giras en Japón, por poner un ejemplo.
Yo estoy escuchando música buenísima de autores que nunca podría haber oído, que ni siquiera sabía de su existencia. ¿Es eso malo para ellos?
Manolo García se deja llevar por ideas preconcebidas sin analizar el fondo del asunto, que es muy distinto a "unos chorizos que me están quitando el pan": en todo caso son unos "chorizos que le quitan el pan al burócrata de la compañía de discos", que ni entiende de música ni le importan un bledo los músicos.
Es como un síndrome de Estocolmo: en los años sesenta los músicos maldecían a las compañías que les explotaban y censuraban sus obras, debiendo tratar con ejecutivos que nada sabían de música. Ahora se pirran por esos mísmos ejecutivos, ¡qué paradoja!