Decía Groucho que no es lo mismo decir que convencer, pues para convencer hace falta una parafernalia, un escenario. Si un nobel de medicina declaraba en su clase de la universidad que el número pi era 3,14, los alumnos tomaban nota. Si el mismo matemático lo decía a la mesa mientras comía, sus hijos pensaban que necesitaba unas vacaciones. Y si lo decía en la obra de teatro aficionada que representaba los sábados por la tarde (dirigida por Groucho, claro), entonces la gente se encogía de hombros, porque no acababan de coger el chiste. Eso pasa con el número pi, con una onomatopeya, con un gruñido y con un término nuevo.
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Decía Groucho que no es lo mismo decir que convencer, pues para convencer hace falta una parafernalia, un escenario. Si un nobel de medicina declaraba en su clase de la universidad que el número pi era 3,14, los alumnos tomaban nota. Si el mismo matemático lo decía a la mesa mientras comía, sus hijos pensaban que necesitaba unas vacaciones. Y si lo decía en la obra de teatro aficionada que representaba los sábados por la tarde (dirigida por Groucho, claro), entonces la gente se encogía de hombros, porque no acababan de coger el chiste. Eso pasa con el número pi, con una onomatopeya, con un gruñido y con un término nuevo.