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Existe en la Quinta Avenida de Nueva York una ventana sobre la cual la gente se agolpa desde la calle. Noche y día, sosegadamente, imaginamos casi en silencio. Una ventana seductora e hipnótica como una puesta de sol o una lluvia de estrellas. Nadie podría imaginar que en realidad, lo que se admira con la emoción propia del corsario ante La Isla del Tesoro, es nada más y nada menos que la poderosa caja fuerte del banco para la Manufacturers Trust Company.
Decía Le Corbusier que prefería dibujar a hablar. Es más rápido y deja menos espacio para la mentira. Al igual que los arquitectos, también la propia disciplina prefiere expresarse en el dibujo, en la imagen, para manifestar su razón de ser. La arquitectura, tal vez por su necesidad de expresar y concretar un futuro aún imaginario, ha encontrado siempre en lo gráfico su mejor aliado para comunicarse.
“La belleza no es un lugar donde van a parar los cobardes”Antonio Gamoneda En épocas de crisis y de palabras vacuas, la belleza es un atributo que algunos consideran superfluo. Otros ya lo han apartado como un término banal, desarrollando en los últimos tiempos una estética kitch, de índole Disney o considerándola como una fórmula para satisfacer a la “mayoría” (hortera, se supone), acepción equivocada y equívoca, ya que entrega a esa mayoría una cualidad que no le pertenece. La mayoría, por el contrario, ama la belleza, tanto la interior de la
Esas mañanas claras de junio disfrazaron la ciudad de Oslo. Cerrando los ojos, dejando que el sol calentase la piel, uno podía creer que se encontraba en Palermo, en Esmirna, quizá incluso en Cádiz o Tánger. Pero al final de la calle había un vestíbulo verde que debíamos atravesar cada día: el discreto Nasjonalmuseet custodiaba el laberinto de cuadernos en el que Sverre Fehn dejó fragmentos del mapa de su pensamiento. Allí transcurrieron las horas, descifrando cientos de apuntes, miles de dibujos.
Tal como decía José Ortega y Gasset: “Cuando en un mosaico falta una pieza, la reconocemos por el hueco que deja, lo que de ella vemos es su ausencia; su modo de estar presente es faltar, por tanto es estar ausente” Por eso he subtitulado este texto como “La presencia de la ausencia”.
En el primer curso de arquitectura de la ETSAM, que para mí fue el de 1977-78, había una asignatura (para mí maldita) que se llamaba “Análisis de Formas”, y cuyo catedrático era Javier Seguí. (La otra catedrática de la asignatura -creo que vino algo después, pero no lo recuerdo bien- era Helena Iglesias, que la enfocaba de una manera totalmente diferente y exigía habilidades y aptitudes prácticamente opuestas a las que pedía la primera cátedra: Esto es una señal más de la esquizofrenia propia de esta maldita carrera que tanto amamos, pero esto
Existe en la Quinta Avenida de Nueva York una ventana sobre la cual la gente se agolpa desde la calle. Noche y día, sosegadamente, imaginamos casi en silencio. Una ventana seductora e hipnótica como una puesta de sol o una lluvia de estrellas. Nadie podría imaginar que en realidad, lo que se admira con la emoción propia del corsario ante La Isla del Tesoro, es nada más y nada menos que la poderosa caja fuerte del banco para la Manufacturers Trust Company.
Decía Le Corbusier que prefería dibujar a hablar. Es más rápido y deja menos espacio para la mentira. Al igual que los arquitectos, también la propia disciplina prefiere expresarse en el dibujo, en la imagen, para manifestar su razón de ser. La arquitectura, tal vez por su necesidad de expresar y concretar un futuro aún imaginario, ha encontrado siempre en lo gráfico su mejor aliado para comunicarse.
“La belleza no es un lugar donde van a parar los cobardes”Antonio Gamoneda En épocas de crisis y de palabras vacuas, la belleza es un atributo que algunos consideran superfluo. Otros ya lo han apartado como un término banal, desarrollando en los últimos tiempos una estética kitch, de índole Disney o considerándola como una fórmula para satisfacer a la “mayoría” (hortera, se supone), acepción equivocada y equívoca, ya que entrega a esa mayoría una cualidad que no le pertenece. La mayoría, por el contrario, ama la belleza, tanto la interior de la
Esas mañanas claras de junio disfrazaron la ciudad de Oslo. Cerrando los ojos, dejando que el sol calentase la piel, uno podía creer que se encontraba en Palermo, en Esmirna, quizá incluso en Cádiz o Tánger. Pero al final de la calle había un vestíbulo verde que debíamos atravesar cada día: el discreto Nasjonalmuseet custodiaba el laberinto de cuadernos en el que Sverre Fehn dejó fragmentos del mapa de su pensamiento. Allí transcurrieron las horas, descifrando cientos de apuntes, miles de dibujos.
Tal como decía José Ortega y Gasset: “Cuando en un mosaico falta una pieza, la reconocemos por el hueco que deja, lo que de ella vemos es su ausencia; su modo de estar presente es faltar, por tanto es estar ausente” Por eso he subtitulado este texto como “La presencia de la ausencia”.
En el primer curso de arquitectura de la ETSAM, que para mí fue el de 1977-78, había una asignatura (para mí maldita) que se llamaba “Análisis de Formas”, y cuyo catedrático era Javier Seguí. (La otra catedrática de la asignatura -creo que vino algo después, pero no lo recuerdo bien- era Helena Iglesias, que la enfocaba de una manera totalmente diferente y exigía habilidades y aptitudes prácticamente opuestas a las que pedía la primera cátedra: Esto es una señal más de la esquizofrenia propia de esta maldita carrera que tanto amamos, pero esto