Salió de su casa el 26 de julio de 1984 a las dos de la tarde. Con 16 años y una mandarina en la mano, Diego Fernández se despidió de su madre diciéndole que iba a visitar a un amigo y después a la escuela. Pero nunca más regresó. Más de cuatro décadas después, unos obreros que trabajaban en mayo pasado haciendo un muro en una casa del barrio de Coghlan de Buenos Aires, encontraron por casualidad unos huesos enterrados y dieron aviso a la policía.