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Te Juzgarán por tus errores

Hay un tema de Extremoduro que ha pasado desapercibido para todos los críticos y artículos aparecidos estos días en medios de comunicación.

Es un tema que aparece en el álbum Rock Transgresivo de 1994 editado por DRO y que no aparece en el de 1989 Rock Transgresivo, Tú En Tu Casa, Nosotros En La Hoguera editado por Avispa.

'Su herida golpead de vez en cuando

No dejadla jamás que cicatrice

Que arroje sangre fresca su dolor

Y eterno viva en su raíz el llanto

Y si se arranca a volar, gritadle a voces

Su culpa: ¡Qué recuerde!

Si en su palabra crecen flores nuevamente

Arrojad pellas de barro oscuro al rostro

Pisad su savia roja

Talad, talad, que no descuelle el corazón

De música oprimida

Si hay un hombre que tiene el corazón de viento

Llenádselo de piedras

Y hundidle la rodilla sobre el pecho

Pero hay que tajar noche

Tajos de luz para llegar al alba

Y acuchillar los muros de las heridas altas

Y ametrallar las sombras con la vida

En las manos Sin paz

Amartillada

Tengo más vidas que un gato

Me muero siempre y me mato

Un poco, cada vez que muere

Cualquiera de mis hermanos

La yerba, ratones, las tías, los gitanos

Los peces, los pájaros, los invertebrados

Las moscas, los niños, los perros, los gatos

La gente, el ganado, los piojos, que mato

Los bichos, salvajes, los domesticados

Y qué pena si mueres de los pobres gusanos

Tú arranca

Yo oigo gritar a las flores

Allá tú con tu conciencia

Yo soy cada día más malo

Estoy perdiendo la paciencia

Tú arranca

Yo aprendo como aguilucho

Vuelo a un mundo imaginario

No puedo seguir, escucho

Los pasos del funcionario.'

Tema: Te Juzgarán Solo Por Tus Errores (Yo No); Interprete: Extremoduro; Álbum: Rock Transgresivo (DRO); Año: 1994.

Letra sobre poemas de Marcos Ana, del libro 'Las soledades del muro', reflexión poética de Marcos Ana sobre su experiencia en prisión durante el franquismo, donde expresa el dolor y la lucha por la libertad a través de sus versos.

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MALEMÁTICAS CCC: galería de los horrores en gráficos 2D

MALEMÁTICAS CCC: galería de los horrores en gráficos 2D

El último informe de ANGED, patronal de la gran distribución, es una auténtica galería de los horrores de como no deben hacerse gráficos cuando se utilizan pictogramas que varían en dos dimensiones, en que para que sean correctos, es el área la que debe ser proporcional al valor representado. Luego si se quiere representar, por ejemplo, un valor que es el doble que otro, no se puede doblar el largo y ancho del pictograma, porque entonces el área ya no sería el doble, sería cuatro veces.

Y para aumentar el horror, también han incluido gráficos en que, además de no respetar la proporcionalidad de las áreas, utiliza un truncado exagerado del eje Y:

Lo más curioso es que en ese mismo informe si se utilizan gráficos con pictogramas en los que se respeta la proporcionalidad: si sólo se modifica la altura y el ancho se mantiene constante, si hay proporcionalidad entre los valores y las áreas.

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Aquellos maravillosos noventa y nueve días

MADRID. Hubo una época en la que las calles no sonaban pero tampoco estaban en silencio, algún paso aislado y, de vez en cuando, una ambulancia que atravesaba la noche como un recordatorio. Hubo una época de hidrogel en el bolsillo, de mascarillas guardadas en el bolsillo y de aprender a leer media cara en los ojos de los demás. En los balcones, además, apareció una figura nueva: el vigilante de distancias y horarios, árbitro improvisado de lo correcto. Años después, cuando el mundo recuperó su volumen habitual —prisas, reuniones eternas, agendas que no perdonan— empieza a escucharse un murmullo inesperado, casi clandestino: gente que echa de menos la cuarentena.

No lo sueltan en una conversación cualquiera, ni lo dejan caer con la ligereza de una anécdota. Lo guardan para si mismos, porque les incomoda incluso cuando lo piensan. A lo sumo, se les escapa en un susurro —entre dos frases, con una risa nerviosa y un “no me malinterpretes”— como si temieran que alguien lo oyera y los juzgara. Es una nostalgia que no se presume: se confiesa. Y, sin embargo, cuando uno pregunta con cuidado, aparecen. Uno tras otro. Con relatos pequeños, domésticos… y más comunes de lo que nadie admitiría en público.

“Fueron las mejores semanas de mi vida”: (Manuel)

Manuel (42 años, administrativo, una risa que se le escapa por la nariz) nos recibe con una taza de café. En la pared del salón hay una foto familiar en la que todos sonríen demasiado.

—No me entiendas mal —dice antes de que se lo preguntemos—. Sé que fue terrible para mucha gente. Yo no banalizo nada. Pero… para mí… fue la primera vez en años que pude respirar.

Manuel habla y, al hacerlo, se le aflojan los hombros como si el recuerdo le quitara peso.

—Mi cuñado —menciona la palabra como quien nombra una tormenta— tiene una capacidad… ¿cómo decirlo?… natural para opinar de todo. De cómo cortas el jamón, de cómo educas a tus hijos, de la política, de tu trabajo, del aire que respiras. Y lo peor es que siempre venía. Fines de semana, cumpleaños, “solo paso a dejar esto”. Siempre.

En cuarentena, por primera vez, el timbre dejó de perseguirle incluso en sueños.

—Hubo un domingo que me desperté y pensé: “No va a venir”. Y me dio una felicidad absurda. Me hice huevos revueltos, puse música bajita… y me senté sin prisa. Sin el runrún de “a ver a qué hora aparecen”. Fue como si el mundo me hubiera concedido una tregua administrativa.

Le preguntamos si lo ha hablado con su pareja.

—Sí. Me dijo que ella también lo notó. En casa había… silencio del bueno. Ese silencio que no es distancia, sino descanso.

Manuel se queda mirando la taza, como si en la espuma pudiera leer aquel calendario vacío.

—Mire, yo no quiero que vuelva nada malo —añade—. Pero si alguna vez decretaran “prohibido recibir visitas no esenciales”… yo lo aplaudiría desde el balcón. Con las dos manos.

“A las ocho éramos barrio”: (Inés)

Inés (64 años, jubilada) conserva en la mesilla de la entrada un bote de gel hidroalcohólico casi vacío, como quien guarda una entrada de cine.

—No lo uso, pero aún no he podido quitarlo —explica.

A Inés le emociona lo que llama “la coreografía”.

—A las ocho salíamos. Y aunque no nos tocábamos, yo sentía a la gente cerca. Era rarísimo. Nos mirábamos y… no sé… como si estuviéramos cuidándonos sin decirlo.

Le preguntamos por qué extraña aquello.

—Porque después se nos volvió a olvidar el vecino. Volvimos a estar cada uno en lo suyo. Y yo no digo que lo otro fuera mejor, pero… había un “nosotros”. Aunque fuera a dos metros.

—Y fíjese qué cosa: con algunos vecinos hablaba más desde el balcón, a distancia, que ahora en el ascensor, pegados y sin mirarnos.

Se le humedecen los ojos al recordarlo y enseguida se ríe de sí misma.

—Mire qué tonta, si yo nunca he sido de llorar. Pero eso de escuchar aplausos en una calle vacía… era como decir: “Estamos aquí”.

“Por primera vez en años, pude estar horas sentado“: (Ángel)

Ángel (72 años) abre la puerta despacio, con una calma que parece aprendida. Tiene manos grandes, de esas que han trabajado mucho. En el pasillo hay juguetes: un cochecito, un peluche que ha perdido un ojo, una mochila pequeña.

—Son de los nietos —dice, como quien pide disculpas.

A Ángel le cuesta al principio. Se nota que ha tenido que justificar su ternura muchas veces.

—Yo quiero a mis nietos con locura —aclara rápido—. Con locura. Pero también… también quiero sentarme. Quiero estar en silencio. Quiero escuchar la radio sin que alguien me diga “abuelo, ven”.

Durante años, su rutina fue un reloj ajeno: recoger al mayor, llevar al pequeño, merendar, parque, deberes, “un momento que llega tu madre”.

—Y yo lo hacía encantado, ¿eh? Porque uno hace lo que toca. Pero cuando llegó la cuarentena… todo se paró.

Ángel se queda un segundo mirando el suelo, como si todavía viera aquellas baldosas sin pisadas infantiles.

—Por primera vez, me levantaba y… no tenía que salir corriendo. Podía leer el periódico entero. Podía… pensar —dice la palabra con sorpresa, como si fuera un lujo.

Le preguntamos si sintió culpa.

—Sí. Mucha. Me decía: “¿Cómo puedes sentir alivio con lo que está pasando?”. Pero luego me miraba el pecho… y respiraba mejor. A mi edad, respirar mejor es una noticia.

Hace una pausa. Sus ojos se van hacia la ventana, donde la ciudad suena de nuevo.

—¿Sabe qué fue lo más bonito? —pregunta—. Que mis hijos me llamaban más. Antes era todo “Papá, ¿puedes recoger…?”. En cuarentena era “Papá, ¿cómo estás?”. Eso… eso me llenó.

Se le traba un poco la voz y se aclara la garganta. No quiere dramatizar, pero el cuerpo le delata: las manos se le buscan una a otra, como si necesitaran apoyo.

—Ahora ya hemos vuelto a lo de siempre —añade—. Y no me quejo. Pero… a veces pienso: “Todo eso ya no volverá. Y por dentro lo echo de menos’”.

Una nostalgia que no pide volver atrás, sino parar

Psicólogos y sociólogos podrían explicar esta nostalgia como una necesidad de pausa, una respuesta al ritmo acelerado que vino después, o una idealización selectiva del pasado. Pero aquí, en los salones y las cocinas, la explicación es más sencilla: hubo gente que, en medio del ruido del mundo, encontró un paréntesis de calma que no sabían que necesitaban.

No es que quieran repetir el miedo. Ni la enfermedad. Ni las pérdidas. Lo que echan de menos es otra cosa: la legitimidad del descanso. La excusa universal para no llegar, no correr, no complacer. El permiso oficial de decir “hoy no”.

Y quizá por eso, al despedirnos de Ángel, cuando ya guardamos la libreta y el abrigo, ocurre algo que deja el reportaje suspendido en el aire.

Ángel acompaña hasta la puerta. Mira el pasillo, los juguetes, .... Luego alza la vista hacia el periodista. Tiene los ojos vidriosos, pero en la cara no hay tristeza del todo: hay una chispa. Un halo de esperanza absurdo y profundamente humano.

Y pregunta, casi en un susurro, como quien, al borde del final, formula su última petición con más esperanza que fe:

¿Usted cree que eso de los jabalíes va a tirar para adelante?

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Morirse en Bilbao

Morirse en Bilbao

Hace un par de días me acordaba del él. Me crucé con el el In the skies de Peter Green y me volvía aquella enigmática estrofa de Romperás: cambiaré de color, voy a pintar de verde la luna y el sol.

Supongo que el subconsciente, o a veces no tanto, funciona un poco así. Me preguntaba si estuvo entre sus escuchas de aquellos años. Luego lo de el de Los ilegales, 70. Cáncer de páncreas, unos tres meses. La intro de Yo soy quien espía el juego de los niños tal vez sea lo mejor que se ha escuchado en este país.

Y lo pensé, claro. El Robe como no se cuide… Había escuchado que había estado jodido el año pasado, pero 63 en estos tiempos es más demasiado pronto de lo que siempre suele ser. Los años se le notaban pero en el tema con Leiva estuvo genial, al parecer fue antes del problema de salud que finalizó la gira anterior a falta de dos fechas.

Nos queda un buen pedazo, desde luego. Su espíritu imperecedero en su canciones y eso, pero no quiero ponerme moñas. Se podrían decir muchas cosas, se dirán muchas cosas. Aunque todo está en realidad ya dicho.

Se apaga la voz de una generación. Su viaje fue desde el ostracismo más absoluto a ser declarado hijo pródigo en su tierra natal, a la que regresó en busca de colaboradores en su última etapa, tras no pocos periplos. Os voy a hablar con la sabiduría que me da el fracaso, decía. No hay mucho más que decir.

El destino ha querido que le tocara “Morirse en Bilbao”, tal como cantaba él mismo en una colaboración con Doctor Deseo y Fito, ya hace bastantes años y que tal vez sea la mejor despedida:

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MALEMÁTICAS CCCII: gráficos en los que nadie comprueba nada

MALEMÁTICAS CCCII: gráficos en los que nadie comprueba nada

La desidia se ha adueñado de la prensa española y cada vez es más habitual publicar gráficos con errores. Y en a mayoría no creo que sean manipulaciones o errores intencionados, son erratas que se les cuelan porque nadie revisa lo que se publica. Empezamos con el del inicio que corresponde a La Razón y donde se ha rotulado como -17,9 y -18,8 valores que en el gráfico están por encima de un -10,8.

El segundo es de El Mundo y se ve que a Extremadura le han asignado el color correspondiente a su tasa de paro mal, y que debería haber sido el mismo color que para Andalucía al superar el 12%.

El tercero es de El Economista y se ve que han rotulado el volumen de las inversiones españolas mal, y donde dice "millones de euros" debería decir "miles de euros" (la inversión bruta de España en el extranjero fue de unos 40.000 millones en 2024)

El cuarto es de ABC, donde han rotulado con los datos de Argelia a los detenidos de Rumanía:

Y el quinto es otra vez de El Mundo, donde han rotulado una barra con -7,5 cuando es claramente superior a la rotulada con -11,8.

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MALEMÁTICAS CCCI: subida libre

MALEMÁTICAS CCCI: subida libre

El saldo vivo hipotecario ha subido un 2,8% desde enero, pero ese aumento le da pie a Expansión para titular que está en "subida libre". Y para reforzar el titular, agrega el habitual gráfico con un exagerado truncado del eje vertical. Este sería el gráfico sin truncado, muy diferente:

Yo diría que teniendo en cuenta como están evolucionando los precios, las compraventas y el número de hipotecas, hasta me parece un incremento modesto.

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Por qué los pensamientos no pueden ser materiales

Es habitual afirmar que los estados mentales —imágenes, voces internas, sensaciones de dolor— serán explicados completamente por la neurociencia cuando conozcamos mejor el cerebro. Sin embargo, esta afirmación pasa por alto algo: no se trata de un problema técnico, sino de una imposibilidad conceptual si se adopta una ontología estrictamente materialista.

Con esto no se está cuestionando la dependencia del pensamiento respecto al cerebro, se cuestiona algo distinto y más profundo: la identificación del contenido de la experiencia con procesos físicos.

1. Correlación no es identidad

La neurociencia ha demostrado correlaciones entre actividad cerebral y estados mentales. Ciertas lesiones eliminan capacidades cognitivas; ciertos estímulos activan áreas concretas; ciertos patrones neuronales acompañan al dolor, al lenguaje o a la imaginación. Nada de esto se discute.

Pero de estas correlaciones no se sigue que la experiencia consciente sea idéntica a la actividad neuronal. Que romper una radio impida escuchar la música no significa que la música sea la radio.

2. El problema: experiencia no es una descripción

Pensemos en una imagen mental, por ejemplo, imaginar un rostro o un paisaje. Podemos describir con enorme detalle qué áreas cerebrales se activan, qué neuronas disparan, qué neurotransmisores intervienen, con qué intensidad y durante cuánto tiempo. Pero ninguna de esas descripciones es la imagen.

La imagen mental no tiene: masa, carga eléctrica, extensión espacial, localización física. Y, sin embargo, existe como experiencia.

Esto no es una laguna del conocimiento científico, es una diferencia de tipo. Una descripción física es un conjunto de datos en tercera persona, mientras que la imagen mental es una vivencia en primera persona.

Ninguna cantidad de datos objetivos se convierte en una experiencia subjetiva.

3. El salto imposible: de tercera persona a primera persona

La ciencia, por definición, opera desde la tercera persona, pero la experiencia consciente es irreductiblemente de primera persona: es privada, cualitativa, accesible solo al sujeto.

El problema no es que aún no sepamos cruzar este puente, sino que es que no existe un puente conceptual que permita deducir una experiencia a partir de una descripción externa.

No hay ninguna ecuación, por compleja que sea, que transforme: “actividad neuronal de tipo X” en: “así se siente el dolor”.

4. El caso del dolor

Tomemos el dolor. Podemos describir: la activación de nociceptores, las vías espinales implicadas, la respuesta cortical, la función adaptativa del dolor... Pero ninguna de estas descripciones es el dolor.

El dolor no es una frecuencia, ni una intensidad eléctrica, ni un flujo químico. El dolor duele, y “doler” no es una propiedad física. No es medible, no es localizable, no es transferible.

5. El experimento de Mary

Imaginemos a una científica que conoce absolutamente toda la neurociencia del color: longitudes de onda, vías visuales, activación cortical, modelos computacionales. Pero nunca ha visto el color rojo. Cuando lo ve por primera vez, aprende algo nuevo: cómo es ver rojo.

Ese conocimiento no es una nueva teoría física. Ya las conocía todas. Es una experiencia que no se deduce de una descripción objetiva.

Esto demuestra que el conocimiento físico completo no agota los hechos sobre la mente, la experiencia añade algo ontológicamente distinto

6. Por qué la analogía del software no explica nada

Se suele decir que el cerebro es como hardware y la mente como software. Pero esta analogía no resuelve el problema.

Un software no experimenta, no siente dolor, no ve colores, no oye voces. El software simula, pero no experimenta nada.

Decir que la mente es “como software” no explica la experiencia consciente; simplemente la da por supuesta. El problema no es cómo se procesa la información, sino por qué hay alguien para quien hay algo que procesar.

7. El “Dios de los huecos”

Este argumento no afirma: “no sabemos cómo ocurre, luego hay algo sobrenatural”.

Afirma algo distinto: “sabemos qué es la materia, y la experiencia consciente no tiene las propiedades de la materia”.

No es una apelación a la ignorancia, sino a la estructura conceptual de las teorías. Ningún avance científico puede convertir una descripción objetiva en una vivencia subjetiva, del mismo modo que ningún avance puede convertir un número en un sonido.

8. Conclusión

Las imágenes mentales, las voces interiores y el dolor no son misterios técnicos pendientes de resolución científica. Son fenómenos que no encajan ontológicamente en una descripción puramente material del mundo.

La neurociencia explica las condiciones necesarias de la experiencia, pero no la experiencia misma. Si hay experiencia, entonces la realidad no se agota en lo describible desde fuera. Y ese hecho, nos guste o no, impone un límite real al materialismo.

Que el materialista piense: "bueno, quizás no lo podamos explicar, pero seguro que es algo producto de la materia" es un "Dios de los huecos invertido" (no sabemos explicar algo, pues será que es Dios) o un acto de fe tan grande en la ciencia o en el materialismo, como el que se le critica al creyente en Dios.

9. ¿Qué tiene que ver todo esto con el “alma”?

Llegados a este punto, es razonable preguntar si hablar de una dimensión no material de la experiencia equivale a introducir una noción pre-científica como el “alma”. La respuesta depende de qué se entienda por ese término.

En filosofía, “alma” no significa una entidad mágica separada del cuerpo, ni una explicación alternativa a la neurociencia. Significa algo diferente: el principio por el cual un ser vivo experimenta, comprende y actúa intencionalmente.

Históricamente, el alma no se introdujo para rellenar lagunas empíricas, sino para dar cuenta de fenómenos que no pueden describirse en términos puramente físicos, como el conocimiento, el significado o la experiencia subjetiva.

10. El alma como explicación, no como añadido

Si aceptamos que: la experiencia consciente existe, tiene contenido y cualidad, no es reducible a descripciones físicas, pero depende del cuerpo, entonces necesitamos una categoría ontológica que explique esa dependencia sin identidad.

El concepto filosófico de alma cumple exactamente esa función. No añade fuerzas ocultas ni viola leyes naturales. Simplemente nombra el hecho de que el organismo humano no es solo un sistema físico, sino un sujeto de experiencia y comprensión.

11. Alma ≠ “fantasma en la máquina”

Una confusión frecuente identifica el alma con un “yo flotante” que habita el cuerpo. Esa imagen no es necesaria ni defendida por la tradición filosófica clásica. En esa tradición, el alma no es un objeto localizado, no compite causalmente con el cerebro, no reemplaza procesos neuronales. Es el principio organizador que hace que un conjunto de procesos físicos sea una experiencia vivida y significativa.

Del mismo modo que “vida” no es una molécula más, sino el principio que organiza la materia viva, “alma” nombra el principio que hace posible la vida consciente.

12. Por qué no es una hipótesis científica (y no tiene por qué serlo)

Exigir una prueba experimental del alma es tan improcedente como exigir un experimento para demostrar que los números no pesan, los significados no tienen color, las leyes lógicas no ocupan espacio.

La ciencia describe cómo funcionan los procesos. La filosofía aclara qué tipo de cosas son.

La única forma de evitar esta conclusión es negar la realidad de la experiencia subjetiva: reducirla a una ilusión o a una manera de hablar.

Pero esta estrategia tiene un coste elevado: elimina la noción de verdad, socava la racionalidad del pensamiento, convierte la ciencia en una narrativa sin sujeto.

Si no hay experiencia real, no hay conocimiento real. Y si no hay conocimiento, el materialismo que pretende explicarlo se autodestruye.

13: la pregunta incomoda: ¿De dónde procede una realidad inmaterial capaz de verdad, significado y racionalidad?

La materia, tal como la entendemos científicamente, carece de interioridad, significado, normatividad (verdadero / falso, correcto / incorrecto). Si la mente humana posee estas propiedades, entonces: o bien emergen de algo que ya las contiene en algún sentido, o bien aparecen de la nada, sin fundamento.

La segunda opción no es una explicación, sino una renuncia a explicar. La única explicación coherente es que dicha realidad inmaterial proceda de un ser igualmente inmaterial.

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La niña que reconoció un tsunami: la historia real de Tilly Smith

La niña que reconoció un tsunami: la historia real de Tilly Smith

El 26 de diciembre de 2004, mientras gran parte del mundo celebraba la Navidad, un terremoto de magnitud 9,1 frente a la costa de Sumatra desencadenó uno de los desastres naturales más devastadores de la historia: el tsunami del océano Índico, que causó más de 230.000 muertes en 14 países.

En la isla de Phuket, en Tailandia, una niña británica de solo 10 años se convertiría, sin saberlo, en un ejemplo mundial de cómo la educación puede salvar vidas.

Una mañana tranquila… aparentemente

Tilly Smith estaba de vacaciones con su familia en Mai Khao Beach, una larga playa del norte de Phuket. Era su primer viaje fuera de Europa. El día era soleado y tranquilo, pero algo empezó a llamar su atención.

El mar no se comportaba con normalidad.

El agua avanzaba de forma constante hacia la orilla, se retiraba de manera extraña y aparecía una espuma blanca y burbujeante, un aspecto que Tilly describiría más tarde como “espuma de cerveza”. No había olas grandes, ni tormenta, ni viento fuerte. Precisamente eso era lo inquietante.

Un recuerdo reciente de clase

Dos semanas antes del viaje, en su colegio —Danes Hill School, en Surrey (Reino Unido)—, Tilly había tenido una clase de geografía sobre tsunamis. Su profesor, Andrew Kearney, había mostrado imágenes históricas, entre ellas las del tsunami de Hawái de 1946, y había explicado los signos de advertencia:

  • El mar retrocede o avanza de forma anormal
  • El agua burbujea o parece “hervir”
  • El océano deja de comportarse como de costumbre

En la playa, Tilly reconoció exactamente esos signos.

“Va a venir un tsunami”

Tilly empezó a advertir a sus padres con insistencia. Les dijo que lo que estaban viendo era el preludio de un tsunami y que debían salir de la playa de inmediato. Al principio, como es lógico, los adultos dudaron: el cielo estaba despejado y no se veía ninguna ola gigante.

Pero la niña no se calmó. Se puso cada vez más nerviosa y firme:

“Hay que irse. Va a venir un tsunami”.

Su padre, Colin Smith, percibió la urgencia en la voz de su hija y decidió confiar en ella. Avisó al personal del hotel cercano. Por una coincidencia clave, un turista japonés que hablaba inglés escuchó la palabra “tsunami” y confirmó que se había producido un fuerte terremoto en Sumatra horas antes.

El personal del hotel ordenó evacuar la playa inmediatamente.

Segundos antes del impacto

Decenas de personas subieron a plantas superiores del hotel. La madre de Tilly, Penny, fue una de las últimas en abandonar la playa. Más tarde contaría que tuvo que correr mientras el agua empezaba a entrar con fuerza y que pensó que iba a morir.

Pocos segundos después, el tsunami alcanzó la costa. No fue una sola ola “de película”, sino una masa de agua violenta que arrastró hamacas, árboles, arena y escombros, inundando completamente la zona.

En muchas partes de Phuket hubo víctimas mortales.

En Mai Khao Beach, no se registró ninguna muerte.

Reconocimiento internacional

La acción de Tilly Smith fue reconocida en todo el mundo:

  • Recibió el Thomas Gray Special Award de la Marine Society
  • Fue apodada “el ángel de la playa” por la prensa
  • Participó en actos de la ONU sobre educación y prevención de desastres
  • Conoció a Bill Clinton, entonces enviado especial de la ONU para la reconstrucción tras el tsunami

Su historia se utiliza hoy en programas educativos y de protección civil como ejemplo del valor de la educación en riesgos naturales.

¿Cuántas vidas salvó?

No existe una cifra oficial exacta. Las estimaciones hablan de alrededor de 100 personas evacuadas, aunque lo verdaderamente relevante es el hecho comprobado: su aviso evitó muertes en una zona que, de otro modo, habría sido alcanzada sin advertencia.

Una vida normal, una lección extraordinaria

Hoy, Tilly Smith vive en Londres y trabaja en el sector náutico. Siempre ha insistido en que el mérito no fue solo suyo, sino de su profesor:

“Si no fuera por aquella clase de geografía, probablemente mi familia y yo no estaríamos vivos”.

Una lección que permanece

La historia de Tilly Smith no es una fábula ni una exageración viral. Es un hecho real que demuestra algo sencillo y poderoso:

Una sola clase, impartida en el momento adecuado, puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte.

Y recuerda por qué la educación —especialmente en prevención y ciencia— no es un lujo, sino una necesidad.

Fuente: en.wikipedia.org/wiki/Tilly_Smith


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Una nota sobre el pasado, el presente y el futuro

Traducción de la nota final en: www.scaruffi.com/science/20th.html

En mi opinión, el progreso científico y tecnológico se aceleró de forma espectacular entre las décadas de 1880 y 1920 y, desde entonces, ha ido disminuyendo de manera constante. Para completar las décadas más recientes he tenido que elegir acontecimientos que probablemente no están en la misma categoría que los de las décadas anteriores.

Cuando los “futuristas” hablan de “progreso acelerado”, por lo general no se refieren a nuevas ideas e inventos, sino al perfeccionamiento de ideas e inventos antiguos, en particular en el ámbito de la electrónica, un hecho que se debe principalmente a los avances en la fabricación (miniaturización, personalización, integración, etc.). Principalmente cuentan como progreso un nuevo producto dentro de una categoría ya existente, e incluso las nuevas versiones de un mismo producto.

No cuentan (y restan importancia) a los numerosos ejemplos de campos en los que el progreso ha quedado corto: la velocidad de los viajes ha disminuido en realidad con el retiro del Concorde en 2003; la energía sigue siendo suministrada mayoritariamente por el petróleo, seguida de la nuclear; la revolución agrícola (que aumentó el rendimiento de los cereales en un 126 % entre 1950 y 1980) se ha estancado; la esperanza de vida en la mayoría de los países desarrollados ya no aumenta; los ingresos llevan décadas estancados en Occidente y de hecho están cayendo en partes de Europa; la atención sanitaria es más propensa a deteriorarse que a mejorar; la Gran Recesión de 2008 fue la mayor en 80 años; el programa espacial de la década de 1960 (que nos llevó a la Luna en 1969, pero a ningún otro lugar) ha sido en gran medida abandonado y el Transbordador Espacial retirado; el coche volador debutó en 1956, pero seguimos conduciendo coches normales; las baterías de los teléfonos inteligentes duran alrededor de un día, mientras que los teléfonos tradicionales funcionaban 24/7 y la calidad de la voz se ha deteriorado drásticamente con los smartphones; por no mencionar la atención al cliente, que está reduciéndose rápidamente hasta convertirse en un simple “buena suerte, comprador”; el 21 de octubre de 2011 el agregador de noticias de Google mostró “Internal Server Error” como la principal noticia del día; etc. Incluso la población, que se suponía que aumentaría exponencialmente para siempre, ha comenzado a disminuir en algunos países. Y, por supuesto, la capacidad de atención de las personas, especialmente la de los mencionados futuristas (a quienes considero sorprendentemente ignorantes de la historia, la economía e incluso de la tecnología y la ciencia), ha estado disminuyendo de forma exponencial, algo que solo puede calificarse como “progreso” en el universo de los insectos.

El progreso incuestionable ha sido en las técnicas de fabricación. En particular, el ritmo de la miniaturización ha sido verdaderamente asombroso en el último siglo. Los “milagros” tecnológicos recientes no se debieron a avances conceptuales (un smartphone no es más que una mala cámara más un mal teléfono más un mal ordenador más una mala videocámara), sino al progreso en las técnicas de fabricación, un progreso que comenzó cuando se inventaron los transistores. Este progreso explica la capacidad de integrar más funciones en dispositivos más pequeños. Que esto constituya “invención/descubrimiento” es discutible. En mi opinión, pertenece a una línea temporal diferente.

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