Aprovechando que hacía días que no pasaba por casa, un empresario decidió llevar a su hija por el campo para que, por una parte, supiera lo ricos que eran y, por otra, se diera cuenta de lo pobres que podían ser algunas personas.
Cogieron un coche descapotable y fueron observando a la gente trabajando en las tierras, con tractores, bajo el sol...
-Mira esa granja -le dijo el padre-, la que está al lado del lago, ahí vive una familia humilde pero buena gente, vamos a saludarles.
Ambos bajaron del coche y llegaron a la granja.
Al verlos, la familia que vivía allí les invitó a entrar en casa y a pasar el día con ellos.
Les ofrecieron una comida sencilla pero deliciosa, en una pequeña mesa con varias sillas, algunas de ellas un poco rotas, pero en un salón muy acogedor.
Tras acabar la comida, mientras el padre tomaba un té, su hija estuvo jugando con los hijos de los granjeros. Como apenas tenían juguetes comenzaron a correr por los caminos, a columpiarse en un viejo neumático, a tirar piedras al lago...
A mitad de la tarde se despidieron de la familia y subieron al coche en dirección a casa.
Cuando estaban en pleno camino de regreso, el padre le preguntó a su hija:
-¿Qué te ha parecido la experiencia?
-Muy bien, lo mejor de todo es haber podido estar un día contigo.
-Sí, pero viste lo pobre que puede llegar a ser la gente...
-Sí.
-¿Y qué aprendiste?
-Muchas cosas, papá. Me di cuenta de que nosotros tenemos una piscina en casa y ellos un lago gigante; que tengo muchos juguetes, pero siempre juego sola, y ellos solo tienen tres o cuatro, pero están gastados de utilizarlos con otros niños; me he dado cuenta de que nuestra casa está llena de jarrones y la suya de flores; y me han contado que ellos, casi todas las tardes, se van a pasear por el campo juntos, en familia.
Gracias, papá, gracias por mostrarme que algún día podemos llegar a ser tan ricos como ellos.
Cuento popular
"La venganza se quiere realizar cuando uno se encuentra impotente; si se elimina la sensación de impotencia, desaparece el deseo de venganza."
(Paul Watzlawick.)
El refitorio era un aposento como un medio celemín. Sentábanse a una mesa hasta cinco caballeros. Yo miré lo primero por los gatos y, como no los vi, pregunté que cómo no los había a un criado antiguo, el cual, de flaco, estaba ya con la marca del pupilaje. Comenzó a enternecerse, y dijo: -"¿Cómo gatos? Pues ¿quién os ha dicho a vos que los gatos son amigos de ayunos y penitencias? En lo gordo se os echa de ver que sois nuevo".
Yo, con esto, me comencé a afligir; y más me asusté cuando advertí que todos los que vivían en el pupilaje de antes, estaban como leznas, con unas caras que parecía se afeitaban con diaquilón. Sentóse el licenciado Cabra y echó la bendición. Comieron una comida eterna, sin principio ni fin. Trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer una dellas peligrara Narciso más que en la fuente. Noté con la ansia que los macilentos dedos se echaban a nado tras un garbanzo güérfano y solo que estaba en el suelo. Decía Cabra a cada sorbo: -"Cierto que no hay tal cosa como la olla, digan lo que dijeren; todo lo demás es vicio y gula". Acabando de decirlo, echóse su escudilla a pechos, diciendo: -"Todo esto es salud, y otro tanto ingenio". ¡Mal ingenio te acabe!, decía yo entre mí, cuando vi un mozo medio espíritu y tan flaco, con un plato de carne en las manos, que parecía que la había quitado de sí mismo. Venía un nabo aventurero a vueltas, y dijo el maestro en viéndole: -"¿Nabo hay? No hay perdiz para mí que se le iguale. Coman, que me huelgo de verlos comer".
Repartió a cada uno tan poco carnero que, entre lo que se les pegó a las uñas y se les quedó entre los dientes, pienso que se consumió todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes. Cabra los miraba y decía: -"Coman, que mozos son y me huelgo de ver sus buenas ganas" ¡Mire v.m. qué aliño para los que bostezaban de hambre!
Acabaron de comer y quedaron unos mendrugos en la mesa y, en el plato, dos pellejos y unos güesos; y dijo el pupilero: -"Quede esto para los criados, que también han de comer; no lo queramos todo". ¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado -decía yo-, que tal amenaza has hecho a mis tripas! Echó la bendición, y dijo: -"Ea, demos lugar a los criados, y váyanse hasta las dos a hacer ejercicio, no los haga mal lo que han comido". Entonces yo no pude tener la risa, abriendo toda la boca. Enojóse mucho, y díjome que aprendiese modestia, y tres ocuatro sentencias viejas, y fuese.
Sentámonos nosotros, y yo, que vi el negocio malparado y que mis tripas pedían justicia, como más sano y más fuerte que los otros, arremetí al plato, como arremetieron todos, y emboquéme de tres mendrugos los dos, y el un pellejo. Comenzaron los otros a gruñir; al ruido entró Cabra, diciendo: -"Coman como hermanos, pues Dios les da con qué. No riñan, que para todos hay". Volvióse al sol y dejónos solos.
Certifico a v.m. que vi a uno dellos, al más flaco, que se llamaba Jurre, vizcaíno, tan olvidado ya de cómo y por dónde se comía, que una cortecilla que le cupo la llevó dos veces a los ojos, y entre tres no le acertaban a encaminar las manos a la boca. Pedí yo de beber, que los otros, por estar casi en ayunas, no lo hacían, y diéronme un vaso con agua; y no le hube bien llegado a la boca, cuando, como si fuera lavatorio de comunión, me le quitó el mozo espiritado que dije. Levantéme con grande dolor de mi alma, viendo que estaba en casa donde se brindaba a las tripas y no hacían la razón. Diome gana de descomer aunque no había comido, digo, de proveerme, y pregunté por las necesarias a un antiguo, y díjome: -"Como no lo son en esta casa, no las hay. Para una vez que os proveeréis mientras aquí estuviéredes, dondequiera podréis; que aquí estoy dos meses ha, y no he hecho tal cosa sino el día que entré; como agora vos, de lo que cené en mi casa la noche antes". ¿Como encareceré yo mi tristeza y pena? Fue tanta que, consierando lo poco que había de entrar en mi cuerpo, no osé, aunque tenía ganas, echar nada dél.
Entretuvímonos hasta la noche. Decíame don Diego que qué haría él para persuadir a las tripas que habían comido, porque no le querían creer. Andaban váguidos en aquella casa como enotras ahítos. Llegó la hora de cenar (pasóse la merienda en blanco); cenamos mucho menos, y no carnero, sino un poco del nombre del maestro: cabra asada. Mire v.m. si inventara el diablo tal cosa. -"Es cosa saludable" -decía -"cenar poco para tener el estómago desocupado"; y citaba una retahíla de médicos infernales. Decía alabanzas de la dieta, y que se ahorraba a un hombre de sueños pesados sabiendo que, en su casa, no se podía soñar otra cosa sino que comían. Cenaron y cenamos todos, y no cenó ninguno.
Francisco Quevedo
"Yo soy escritor, cuento historias para pensar y hacer sentir, no escribo para reivindicar nada. O si acaso, reivindico la memoria de esa gente a la que le cambió la vida por una decisión política. Estamos hablando de un episodio de España muy desconocido. La gente se queda en la anécdota, en el chiste de Franco inaugurando pantanos, pero no sabe lo que cuesta el agua, más allá de la factura que le llega a final de mes. El hecho tan cotidiano de abrir el grifo encierra mucho dolor, seguramente necesario, pero debería ser reconocido".
www.diariodesevilla.es/ocio/dolor-gesto-cotidiano-abrir-grifo_0_894210
"Si sólo tengo un martillo, creeré que todos mis problemas son clavos"
"En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas. Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas. No añadió más, pero ambos no hemos sido nunca muy comunicativos dentro de nuestra habitual reserva, por lo cual comprendí que, con sus palabras, quería decir mucho más. "
Francis Scott Fitzgerald
Un samurái le pidió a su maestro que le explicara la diferencia entre el cielo y el infierno.
Sin responderle, el maestro se puso a dirigirle gran cantidad de insultos.
Furioso, el samurai desenvaino su sable para decapitarle.
-He aquí el infierno- dijo el maestro antes que el samurai pasara a la acción.
El guerrero impresionado por la respuesta del maestro se calmo al instante y volvió a enfundar el sable.
Al hacer este ultimo gesto, el maestro añadió:
-He aquí el cielo
Alejandro Jodorowsky
Un día, hace muchos años, tres niños iban cantando y riendo camino de la escuela. Como todas las mañanas atravesaron la plaza principal de la ciudad y en vez de seguir su ruta habitual, giraron por una oscura callejuela por la que nunca habían pasado.
De repente, algo llamó su atención; en uno de los portales, sentada sobre un escalón, vieron a una viejecita de moño blanco y espalda encorvada que frotaba sin descanso una barra de hierro contra una piedra.
Los niños, perplejos, se quedaron mirando cómo trabajaba. La barra era grande, más o menos del tamaño un paraguas, y no entendían con qué objetivo la restregaba sin parar en una piedra que parecía la rueda de un molino de agua.
Cuando ya no pudieron aguantar más la curiosidad, uno de ellos preguntó a la anciana:
– Disculpe, señora ¿podemos hacerle una pregunta?
La mujer levantó la mirada y asintió con la cabeza.
– ¿Para qué frota una barra de hierro contra una piedra?
La mujer, cansada y sudorosa por el esfuerzo, quiso saciar la curiosidad de los chavales. Respiró hondo y con una dulce sonrisa contestó:
– ¡Muy sencillo! Quiero pulirla hasta convertirla en una aguja de coser.
Los niños se quedaron unos momentos en silencio y acto seguido estallaron en carcajadas. Con muy poco respeto, empezaron a decirle:
– ¿Está loca? ¡Pero si la barra es gigantesca!
– ¿Reducir una barra de hierro macizo al tamaño de una aguja de coser? ¡Qué idea tan disparatada!
– ¡Eso es imposible, señora! ¡Por mucho que frote no lo va a conseguir!
A la anciana le molestó que los muchachos se burlaran de ella y su cara se llenó de tristeza.
– Reíros todo lo que queráis, pero os aseguro que algún día esta barra será una finísima aguja de coser. Y ahora iros al colegio, que es donde podréis aprender lo que es la constancia.
Lo dijo con tanto convencimiento que se quedaron sin palabras y bastante avergonzados. Con las mejillas coloradas como tomates, se alejaron sin decir ni pío.
Al llegar a la escuela se sentaron en sus pupitres y contaron la historia a su maestro y al resto de sus compañeros. El sabio profesor escuchó con mucha atención y levantando la voz, dijo a todos los alumnos:
El aula se llenó de murmullos porque nadie sabía a qué se refería. Finalmente, uno de los tres protagonistas levantó la mano y preguntó:
– ¿Y qué es eso que nos ha enseñado, señor profesor?
– Está muy claro: la importancia de ser constante en la vida, de trabajar por aquello que uno desea. Os garantizo que esa mujer, gracias a su tenacidad, conseguirá convertir la barra de hierro en una pequeña aguja para coser ¡Nada es imposible si uno se plantea un objetivo y se esfuerza por conseguirlo!
Los niños se quedaron pensando en estas palabras y preguntándose si el maestro estaría en lo cierto o simplemente se trataba de una absurda fantasía.
Por suerte, la respuesta no tardó en llegar; pocas semanas más tarde, de camino al cole, los tres chicos se encontraron de nuevo a la anciana en la oscura callejuela. Esta vez estaba cómodamente sentada en el escalón del viejo portal, muy sonriente, moviendo algo diminuto entre sus manos.
Corrieron para acercarse a ella y ¿sabéis qué hacía? ¡Dando forma al agujerito de la aguja por donde pasa el hilo!
Moraleja: En la vida hay que ser perseverantes. Si quieres conseguir algo, tómatelo en serio y no te vengas abajo por muy difícil que parezca. Todo esfuerzo, al final, tiene su recompensa.
—¿Qué acción tendría que realizar para alcanzar a Dios? —Si deseas alcanzar a Dios, hay dos cosas que debes de saber. La primera es que todos los esfuerzos por alcanzarlo no sirven para nada. —¿Y la segunda? —Que debes de actuar como si no supieras la primera.
Cuento Sufí
El pobre carece de muchas cosas, pero el avaro carece de todo.
Séneca
Groucho Marx (1890-1977)
“Es cierto. La mayoría de la gente son otros. Sus ideas son las opiniones ajenas; su vida, una imitación; sus pasiones, una cita”
La naturaleza es siempre más sutil, más compleja y más elegante que lo que somos capaces de imaginar.
Carl Sagan.
Cuando volvió al nido con un gusanito en la boca, el jilguero no encontró a ninguno de sus hijitos. Alguien, durante su ausencia, se los había robado.
El jilguero empezó a buscarlos por todas partes, llorando y trinando: todo el bosque resonaba con sus desesperados reclamos, pero nadie respondía.
Un día, un pinzón le dijo:
—Me parece que he visto a tus hijos en casa del campesino.
El jilguero voló lleno de esperanza, y en poco tiempo llegó a casa del campesino. Se posó en el tejado: no había nadie. Bajó a la era: estaba desierta.
Pero al levantar la cabeza vio una jaula en la ventana. Sus hijos estaban dentro, prisioneros.
Cuando lo vieron, agarrado a los palos de la jaula, se pusieron a piar pidiéndole que los libertase. Él trató de romper con el pico y las patas los barrotes de la prisión, pero fue en vano.
Entonces, llorando con desconsuelo, los dejó.
Al día siguiente volvió el jilguero de nuevo a la jaula donde estaban sus hijos. Los miró. Después, a través de los barrotes, los besó uno tras otro, por última vez.
Había llevado a sus crías una yerba venenosa, y los pajaritos murieron.
—Mejor morir —dijo— que perder la libertad.
Fábula atribuida a Leonardo Da Vinci
Cavando para montar un cerco que separara mi terreno del de mi vecino, me encontré, enterrado en mi jardín, un viejo cofre lleno de monedas de oro.
A mí no me interesó por la riqueza, sino por lo extraño del hallazgo, nunca he sido ambicioso y no me importan demasiado los bienes materiales, pero igual desenterré el cofre.
Saqué las monedas y las lustré. Estaban tan sucias las pobres…
Mientras las apilaba sobre mi mesa prolijamente, las fui contando.
Constituían una verdadera fortuna. Sólo por pasar el tiempo, empecé a imaginar todas las cosas que se podrían comprar con ellas.
Pensaba en lo contento que se pondría un codicioso que se topara con semejante tesoro.
Por suerte, por suerte, no era mi caso.
Hoy vino un señor a reclamar las monedas, era mi vecino. Pretendía sostener, el muy miserable, que las monedas las había enterrado su abuelo y que por lo tanto le pertenecían a él.
Me fastidió tanto que lo maté.
Si no lo hubiera visto tan desesperado por tenerlas, se las hubiera dado, porque si hay algo que a mí no me importa son las cosas que se compran con dinero.
Pero, eso sí, no soporto la gente codiciosa.
Jorge Bucay
Un humilde carpintero, Kishiro, vivía feliz con su trabajo y su familia. Tenía una mujer y dos hijos y las cosas no le iban nada mal. Pero el negocio entró en una mala racha y el hombre comenzó a ganar mucho menos dinero.
Empezaron los problemas económicos y luego éstos se trasladaron a la familia. Hasta el punto, que Kishiro entró en una depresión. No era capaz de ver la salida. Lo intentó todo, cambió la forma de su negocio, pero no había manera… las cosas seguían sin funcionar.
Desesperado, Kishiro atravesó el bosque en busca de ayuda, la de un anciano sabio que vivía en una humilde casa de madera. Allí, el anciano escuchó muy atento las lamentaciones y problemas de Kishiro, con un té caliente entre las manos. Cuando Kishiro terminó de hablar, el sabio se levantó y le pidió que le siguiera a la parte trasera de la casa.
El anciano maestro le mostró a Kishiro dos plantas que él mismo había plantado en medio de una explanada: un helecho y un bambú. Entonces, le contó su historia:
– Observa estas plantas. El bambú ahora te parecerá muy alto y robusto. Pero hace años llegué a pensar que nunca vería la luz. Verás, yo enterré unas semillas de helecho y bambú al mismo tiempo. Me gustan las dos plantas y quería tenerlas en mi jardín.
El helecho en seguida se dejó ver, con sus preciosas y brillantes hojas verdes. Pero el bambú se negaba a asomar ni un poquito. Pasó un año y el helecho seguía creciendo y extendiéndose, mientras que el bambú seguía sin nacer. Y así estuve esperando, regándolo igual, otro año más, y otro…
Y a los cinco años al fin apareció el bambú. Entonces comenzó a crecer y a crecer con rapidez. De pronto alcanzó los 10 metros, luego 20… ¡y míralo ahora! ¡Es altísimo! Pero… ¿sabes por qué tardó el bambú tanto en salir al exterior?
Kishiro pensó un rato pero no pudo dar con la respuesta.
– La verdad es que no se me ocurre nada…
– Porque el bambú estuvo cinco años dedicándose a fortalecer su raíz. Para poder crecer luego tanto, necesitaba tener una raíz grande y fuerte. Por eso tardó tanto en crecer.
La enseñanza que la fábula ‘El helecho y el bambú’ quería transmitir
El anciano contempló el rostro asombrado de Kishiro. Se dio cuenta de que al fin comenzaba a entender el mensaje, y continuó con su enseñanza, regalándole todas estas reflexiones:
– Tanto el helecho como el bambú tienen un cometido diferente, y ambos son necesarios en el bosque.
– Nunca te arrepientas de nada en tu vida, porque los días buenos te dan felicidad, pero los malos, te dan experiencia.
– La felicidad te mantiene dulce, los intentos fallidos te fortalecen, las desgracias te hacen más humano, las caídas te mantienen humilde y el éxito te ofrecerá brillo.
Cuento oriental
“Después de que pícaros y tontos han sellado su amistad, no hay cosa tan peligrosa como tenerlos de enemigos.”
Lord Chesterfield
"Basta con que la parte visible esté impecable para que se tenga una opinión favorable de la que no se ve."
Junichiro Tanizaki - El elogio de la sombra
Si no estamos alerta, la gente nos obliga de un modo u otro a hacer lo que ellos creen que deberíamos hacer, o bien a ponernos tercos y hacer exactamente lo contrario, por puro despecho.
Alguien voló sobre el nido del cuco. Ken Kesey
"La moral política es como una capa con tantos remiendos, que no se sabe ya cuál es el paño primitivo."
Benito Pérez Galdós
Del libro: Fortunata y Jacinta
menéame