“Porque la característica esencial de lo que llamamos locura es la soledad, pero una soledad monumental. Una soledad tan grande que no cabe dentro de la palabra soledad y que uno no puede ni llegar a imaginar si no ha estado ahí. Es sentir que te has desconectado del mundo, que no te van a poder entender, que no tienes palabras para expresarte.
Es como hablar un lenguaje que nadie más conoce. Es ser un astronauta flotando a la deriva en la vastedad negra y vacía del espacio exterior.
De ese tamaño de soledad estoy hablando. Y resulta que, en el verdadero dolor, en el dolor-alud, sucede algo semejante. Aunque la sensación de desconexión no sea tan extrema, tampoco puedes compartir ni explicar tu sufrimiento. Ya lo dice la sabiduría popular: Fulanito se volvió loco de dolor.
La pena aguda es una enajenación. Te callas y te encierras."
Rosa Montero, “La ridícula idea de no volver a verte” (2013)
“…las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga, que nunca crees que podrás acabarla.
(…) Y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.
(…) Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente.”
Michael Ende, “Momo” (1973)
“En las guerras, chico, los tontos matan a otros tontos por causas tontas.”
Robert Jordan, “El ojo del mundo, Rueda del tiempo” (1990)
En una tierra muy lejana vivía un campesino que, después de unas grandes tormentas, había perdido toda su cosecha: lo único que tenía para sobrevivir y alimentar a su familia.
Viendo que se acercaba el invierno y que se había quedado sin nada para comer, comenzó a ir de pueblo en pueblo para ver si alguien podía darle trabajo o algún tipo de ayuda. Pero debido a las malas cosechas nadie necesitaba más trabajadores.
Tras varios días de viaje y viendo que no conseguía nada, abatido y triste, decidió volver a casa. Cuando ya llevaba unas cuantas horas caminando, un peregrino le comentó que a unos pocos kilómetros había un pueblo en el que tenían por costumbre regalar una bolsa llena de oro a quien consiguiera vencer en combate a un viejo maestro de artes marciales que vivía allí.
Aunque aquel campesino no había tocado un arma en su vida, estaba tan desesperado por encontrar alguna forma de dar de comer a su familia que decidió intentarlo. Se dirigió al pueblo y, en cuanto llegó, se fue directamente a ver al maestro para comunicarle que quería luchar contra él.
El viejo maestro hacía ya mucho tiempo que no peleaba, pero debía hacer honor a su palabra, por lo que no tuvo más remedio que aceptar el combate.
Esa misma tarde, en la plaza, delante de todos los habitantes del pueblo, campesino y maestro se pusieron frente a frente separados a unos diez metros de distancia. Cada uno de ellos llevaba un sable como única arma.
El maestro se sorprendió tanto por la mirada de su oponente como por la extraña forma con la que agarraba el sable. Fue en ese momento cuando le comenzaron a entrar las dudas. ¿Quién será este hombre? ¿Y si bajo su apariencia de campesino hay un experto luchador? ¿Y si lo han enviado mis enemigos para que me mate y así quedarse con toda mi escuela de artes marciales? No le conozco de nada, ni siquiera lleva el emblema de ninguna escuela, pero por su mirada está dispuesto a ganarme al precio que sea. Hasta ahora nadie había tenido el valor de desafiarme así...
Mientras el maestro estaba inmerso con esos pensamientos, sonó la campana que indicaba el inicio del combate.
El campesino, sabiendo que era la última oportunidad que tenía de alimentar a su familia durante el invierno, agarró el sable con fuerza y comenzó a correr hacia su oponente.
Pero cuando ya quedaban apenas dos metros para que ambas armas chocasen, el maestro bajó su sable y se rindió.
-Es usted el ganador -le dijo.
El campesino se quedó paralizado y bajó también el arma.
-Tome, aquí tiene la bolsa con el oro, se lo ha ganado. Eso sí, antes de irse, permítame que le haga una pregunta.
El campesino asintió con la cabeza mientras dejaba el sable en el suelo y cogía con alegría el premio.
-Verá, conozco todas las escuelas de lucha de alrededor y puedo decir que, sin duda, la mía es la más renombrada y más temida, por eso durante los últimos diez años solo tres personas se han atrevido a retarme, y a las tres las recuerdo con temor en sus miradas. En cambio, no he visto miedo en tus ojos. ¿Podrías decirme cuál es el nombre de tu escuela?
La escuela del hambre -respondió el campesino.
Cuento oriental
«La luz eléctrica será tan barata que solo los más ricos utilizarán velas para alumbrarse.»
“Hay quien me niega el derecho a hablar de Dios porque no creo. Y yo digo que tengo todo el derecho del mundo. Quiero hablar de Dios porque es un problema que afecta a toda la humanidad”.
José Saramago
"La indiferencia está en mi alma. Es la vejez de la misericordia."
Antonio Gamoneda, “Descripción de la mentira” (1977)
“Fuerzas fuera de tu control pueden quitarte todo lo que posees, excepto una cosa, tu libertad para elegir cómo responderás a la situación”.
Viktor Franki, "El hombre en busca de sentido" (1946)
Aprovechando que hacía días que no pasaba por casa, un empresario decidió llevar a su hija por el campo para que, por una parte, supiera lo ricos que eran y, por otra, se diera cuenta de lo pobres que podían ser algunas personas.
Cogieron un coche descapotable y fueron observando a la gente trabajando en las tierras, con tractores, bajo el sol...
-Mira esa granja -le dijo el padre-, la que está al lado del lago, ahí vive una familia humilde pero buena gente, vamos a saludarles.
Ambos bajaron del coche y llegaron a la granja.
Al verlos, la familia que vivía allí les invitó a entrar en casa y a pasar el día con ellos.
Les ofrecieron una comida sencilla pero deliciosa, en una pequeña mesa con varias sillas, algunas de ellas un poco rotas, pero en un salón muy acogedor.
Tras acabar la comida, mientras el padre tomaba un té, su hija estuvo jugando con los hijos de los granjeros. Como apenas tenían juguetes comenzaron a correr por los caminos, a columpiarse en un viejo neumático, a tirar piedras al lago...
A mitad de la tarde se despidieron de la familia y subieron al coche en dirección a casa.
Cuando estaban en pleno camino de regreso, el padre le preguntó a su hija:
-¿Qué te ha parecido la experiencia?
-Muy bien, lo mejor de todo es haber podido estar un día contigo.
-Sí, pero viste lo pobre que puede llegar a ser la gente...
-Sí.
-¿Y qué aprendiste?
-Muchas cosas, papá. Me di cuenta de que nosotros tenemos una piscina en casa y ellos un lago gigante; que tengo muchos juguetes, pero siempre juego sola, y ellos solo tienen tres o cuatro, pero están gastados de utilizarlos con otros niños; me he dado cuenta de que nuestra casa está llena de jarrones y la suya de flores; y me han contado que ellos, casi todas las tardes, se van a pasear por el campo juntos, en familia.
Gracias, papá, gracias por mostrarme que algún día podemos llegar a ser tan ricos como ellos.
Cuento popular
"La venganza se quiere realizar cuando uno se encuentra impotente; si se elimina la sensación de impotencia, desaparece el deseo de venganza."
(Paul Watzlawick.)
El refitorio era un aposento como un medio celemín. Sentábanse a una mesa hasta cinco caballeros. Yo miré lo primero por los gatos y, como no los vi, pregunté que cómo no los había a un criado antiguo, el cual, de flaco, estaba ya con la marca del pupilaje. Comenzó a enternecerse, y dijo: -"¿Cómo gatos? Pues ¿quién os ha dicho a vos que los gatos son amigos de ayunos y penitencias? En lo gordo se os echa de ver que sois nuevo".
Yo, con esto, me comencé a afligir; y más me asusté cuando advertí que todos los que vivían en el pupilaje de antes, estaban como leznas, con unas caras que parecía se afeitaban con diaquilón. Sentóse el licenciado Cabra y echó la bendición. Comieron una comida eterna, sin principio ni fin. Trajeron caldo en unas escudillas de madera, tan claro, que en comer una dellas peligrara Narciso más que en la fuente. Noté con la ansia que los macilentos dedos se echaban a nado tras un garbanzo güérfano y solo que estaba en el suelo. Decía Cabra a cada sorbo: -"Cierto que no hay tal cosa como la olla, digan lo que dijeren; todo lo demás es vicio y gula". Acabando de decirlo, echóse su escudilla a pechos, diciendo: -"Todo esto es salud, y otro tanto ingenio". ¡Mal ingenio te acabe!, decía yo entre mí, cuando vi un mozo medio espíritu y tan flaco, con un plato de carne en las manos, que parecía que la había quitado de sí mismo. Venía un nabo aventurero a vueltas, y dijo el maestro en viéndole: -"¿Nabo hay? No hay perdiz para mí que se le iguale. Coman, que me huelgo de verlos comer".
Repartió a cada uno tan poco carnero que, entre lo que se les pegó a las uñas y se les quedó entre los dientes, pienso que se consumió todo, dejando descomulgadas las tripas de participantes. Cabra los miraba y decía: -"Coman, que mozos son y me huelgo de ver sus buenas ganas" ¡Mire v.m. qué aliño para los que bostezaban de hambre!
Acabaron de comer y quedaron unos mendrugos en la mesa y, en el plato, dos pellejos y unos güesos; y dijo el pupilero: -"Quede esto para los criados, que también han de comer; no lo queramos todo". ¡Mal te haga Dios y lo que has comido, lacerado -decía yo-, que tal amenaza has hecho a mis tripas! Echó la bendición, y dijo: -"Ea, demos lugar a los criados, y váyanse hasta las dos a hacer ejercicio, no los haga mal lo que han comido". Entonces yo no pude tener la risa, abriendo toda la boca. Enojóse mucho, y díjome que aprendiese modestia, y tres ocuatro sentencias viejas, y fuese.
Sentámonos nosotros, y yo, que vi el negocio malparado y que mis tripas pedían justicia, como más sano y más fuerte que los otros, arremetí al plato, como arremetieron todos, y emboquéme de tres mendrugos los dos, y el un pellejo. Comenzaron los otros a gruñir; al ruido entró Cabra, diciendo: -"Coman como hermanos, pues Dios les da con qué. No riñan, que para todos hay". Volvióse al sol y dejónos solos.
Certifico a v.m. que vi a uno dellos, al más flaco, que se llamaba Jurre, vizcaíno, tan olvidado ya de cómo y por dónde se comía, que una cortecilla que le cupo la llevó dos veces a los ojos, y entre tres no le acertaban a encaminar las manos a la boca. Pedí yo de beber, que los otros, por estar casi en ayunas, no lo hacían, y diéronme un vaso con agua; y no le hube bien llegado a la boca, cuando, como si fuera lavatorio de comunión, me le quitó el mozo espiritado que dije. Levantéme con grande dolor de mi alma, viendo que estaba en casa donde se brindaba a las tripas y no hacían la razón. Diome gana de descomer aunque no había comido, digo, de proveerme, y pregunté por las necesarias a un antiguo, y díjome: -"Como no lo son en esta casa, no las hay. Para una vez que os proveeréis mientras aquí estuviéredes, dondequiera podréis; que aquí estoy dos meses ha, y no he hecho tal cosa sino el día que entré; como agora vos, de lo que cené en mi casa la noche antes". ¿Como encareceré yo mi tristeza y pena? Fue tanta que, consierando lo poco que había de entrar en mi cuerpo, no osé, aunque tenía ganas, echar nada dél.
Entretuvímonos hasta la noche. Decíame don Diego que qué haría él para persuadir a las tripas que habían comido, porque no le querían creer. Andaban váguidos en aquella casa como enotras ahítos. Llegó la hora de cenar (pasóse la merienda en blanco); cenamos mucho menos, y no carnero, sino un poco del nombre del maestro: cabra asada. Mire v.m. si inventara el diablo tal cosa. -"Es cosa saludable" -decía -"cenar poco para tener el estómago desocupado"; y citaba una retahíla de médicos infernales. Decía alabanzas de la dieta, y que se ahorraba a un hombre de sueños pesados sabiendo que, en su casa, no se podía soñar otra cosa sino que comían. Cenaron y cenamos todos, y no cenó ninguno.
Francisco Quevedo
"Yo soy escritor, cuento historias para pensar y hacer sentir, no escribo para reivindicar nada. O si acaso, reivindico la memoria de esa gente a la que le cambió la vida por una decisión política. Estamos hablando de un episodio de España muy desconocido. La gente se queda en la anécdota, en el chiste de Franco inaugurando pantanos, pero no sabe lo que cuesta el agua, más allá de la factura que le llega a final de mes. El hecho tan cotidiano de abrir el grifo encierra mucho dolor, seguramente necesario, pero debería ser reconocido".
www.diariodesevilla.es/ocio/dolor-gesto-cotidiano-abrir-grifo_0_894210
"Si sólo tengo un martillo, creeré que todos mis problemas son clavos"
"En mi primera infancia mi padre me dio un consejo que, desde entonces, no ha cesado de darme vueltas. Cada vez que te sientas inclinado a criticar a alguien -me dijo- ten presente que no todo el mundo ha tenido tus ventajas. No añadió más, pero ambos no hemos sido nunca muy comunicativos dentro de nuestra habitual reserva, por lo cual comprendí que, con sus palabras, quería decir mucho más. "
Francis Scott Fitzgerald
Un samurái le pidió a su maestro que le explicara la diferencia entre el cielo y el infierno.
Sin responderle, el maestro se puso a dirigirle gran cantidad de insultos.
Furioso, el samurai desenvaino su sable para decapitarle.
-He aquí el infierno- dijo el maestro antes que el samurai pasara a la acción.
El guerrero impresionado por la respuesta del maestro se calmo al instante y volvió a enfundar el sable.
Al hacer este ultimo gesto, el maestro añadió:
-He aquí el cielo
Alejandro Jodorowsky
Un día, hace muchos años, tres niños iban cantando y riendo camino de la escuela. Como todas las mañanas atravesaron la plaza principal de la ciudad y en vez de seguir su ruta habitual, giraron por una oscura callejuela por la que nunca habían pasado.
De repente, algo llamó su atención; en uno de los portales, sentada sobre un escalón, vieron a una viejecita de moño blanco y espalda encorvada que frotaba sin descanso una barra de hierro contra una piedra.
Los niños, perplejos, se quedaron mirando cómo trabajaba. La barra era grande, más o menos del tamaño un paraguas, y no entendían con qué objetivo la restregaba sin parar en una piedra que parecía la rueda de un molino de agua.
Cuando ya no pudieron aguantar más la curiosidad, uno de ellos preguntó a la anciana:
– Disculpe, señora ¿podemos hacerle una pregunta?
La mujer levantó la mirada y asintió con la cabeza.
– ¿Para qué frota una barra de hierro contra una piedra?
La mujer, cansada y sudorosa por el esfuerzo, quiso saciar la curiosidad de los chavales. Respiró hondo y con una dulce sonrisa contestó:
– ¡Muy sencillo! Quiero pulirla hasta convertirla en una aguja de coser.
Los niños se quedaron unos momentos en silencio y acto seguido estallaron en carcajadas. Con muy poco respeto, empezaron a decirle:
– ¿Está loca? ¡Pero si la barra es gigantesca!
– ¿Reducir una barra de hierro macizo al tamaño de una aguja de coser? ¡Qué idea tan disparatada!
– ¡Eso es imposible, señora! ¡Por mucho que frote no lo va a conseguir!
A la anciana le molestó que los muchachos se burlaran de ella y su cara se llenó de tristeza.
– Reíros todo lo que queráis, pero os aseguro que algún día esta barra será una finísima aguja de coser. Y ahora iros al colegio, que es donde podréis aprender lo que es la constancia.
Lo dijo con tanto convencimiento que se quedaron sin palabras y bastante avergonzados. Con las mejillas coloradas como tomates, se alejaron sin decir ni pío.
Al llegar a la escuela se sentaron en sus pupitres y contaron la historia a su maestro y al resto de sus compañeros. El sabio profesor escuchó con mucha atención y levantando la voz, dijo a todos los alumnos:
El aula se llenó de murmullos porque nadie sabía a qué se refería. Finalmente, uno de los tres protagonistas levantó la mano y preguntó:
– ¿Y qué es eso que nos ha enseñado, señor profesor?
– Está muy claro: la importancia de ser constante en la vida, de trabajar por aquello que uno desea. Os garantizo que esa mujer, gracias a su tenacidad, conseguirá convertir la barra de hierro en una pequeña aguja para coser ¡Nada es imposible si uno se plantea un objetivo y se esfuerza por conseguirlo!
Los niños se quedaron pensando en estas palabras y preguntándose si el maestro estaría en lo cierto o simplemente se trataba de una absurda fantasía.
Por suerte, la respuesta no tardó en llegar; pocas semanas más tarde, de camino al cole, los tres chicos se encontraron de nuevo a la anciana en la oscura callejuela. Esta vez estaba cómodamente sentada en el escalón del viejo portal, muy sonriente, moviendo algo diminuto entre sus manos.
Corrieron para acercarse a ella y ¿sabéis qué hacía? ¡Dando forma al agujerito de la aguja por donde pasa el hilo!
Moraleja: En la vida hay que ser perseverantes. Si quieres conseguir algo, tómatelo en serio y no te vengas abajo por muy difícil que parezca. Todo esfuerzo, al final, tiene su recompensa.
—¿Qué acción tendría que realizar para alcanzar a Dios? —Si deseas alcanzar a Dios, hay dos cosas que debes de saber. La primera es que todos los esfuerzos por alcanzarlo no sirven para nada. —¿Y la segunda? —Que debes de actuar como si no supieras la primera.
Cuento Sufí
El pobre carece de muchas cosas, pero el avaro carece de todo.
Séneca
Groucho Marx (1890-1977)
“Es cierto. La mayoría de la gente son otros. Sus ideas son las opiniones ajenas; su vida, una imitación; sus pasiones, una cita”
La naturaleza es siempre más sutil, más compleja y más elegante que lo que somos capaces de imaginar.
Carl Sagan.
Cuando volvió al nido con un gusanito en la boca, el jilguero no encontró a ninguno de sus hijitos. Alguien, durante su ausencia, se los había robado.
El jilguero empezó a buscarlos por todas partes, llorando y trinando: todo el bosque resonaba con sus desesperados reclamos, pero nadie respondía.
Un día, un pinzón le dijo:
—Me parece que he visto a tus hijos en casa del campesino.
El jilguero voló lleno de esperanza, y en poco tiempo llegó a casa del campesino. Se posó en el tejado: no había nadie. Bajó a la era: estaba desierta.
Pero al levantar la cabeza vio una jaula en la ventana. Sus hijos estaban dentro, prisioneros.
Cuando lo vieron, agarrado a los palos de la jaula, se pusieron a piar pidiéndole que los libertase. Él trató de romper con el pico y las patas los barrotes de la prisión, pero fue en vano.
Entonces, llorando con desconsuelo, los dejó.
Al día siguiente volvió el jilguero de nuevo a la jaula donde estaban sus hijos. Los miró. Después, a través de los barrotes, los besó uno tras otro, por última vez.
Había llevado a sus crías una yerba venenosa, y los pajaritos murieron.
—Mejor morir —dijo— que perder la libertad.
Fábula atribuida a Leonardo Da Vinci
Cavando para montar un cerco que separara mi terreno del de mi vecino, me encontré, enterrado en mi jardín, un viejo cofre lleno de monedas de oro.
A mí no me interesó por la riqueza, sino por lo extraño del hallazgo, nunca he sido ambicioso y no me importan demasiado los bienes materiales, pero igual desenterré el cofre.
Saqué las monedas y las lustré. Estaban tan sucias las pobres…
Mientras las apilaba sobre mi mesa prolijamente, las fui contando.
Constituían una verdadera fortuna. Sólo por pasar el tiempo, empecé a imaginar todas las cosas que se podrían comprar con ellas.
Pensaba en lo contento que se pondría un codicioso que se topara con semejante tesoro.
Por suerte, por suerte, no era mi caso.
Hoy vino un señor a reclamar las monedas, era mi vecino. Pretendía sostener, el muy miserable, que las monedas las había enterrado su abuelo y que por lo tanto le pertenecían a él.
Me fastidió tanto que lo maté.
Si no lo hubiera visto tan desesperado por tenerlas, se las hubiera dado, porque si hay algo que a mí no me importa son las cosas que se compran con dinero.
Pero, eso sí, no soporto la gente codiciosa.
Jorge Bucay
menéame