A raíz del asesinato del propagandista ultraderechista Charlie Kirk, twitter se ha llenado de mensajes donde Abascal, Ndongo, Sr. Liberal y compañía repiten un mismo mensaje: la izquierda es asesina por naturaleza. Por eso sólo morimos nosotros. Esos rojos tienen el monopolio de la violencia ideológica y hay que pararles antes de que cometan un genocidio contra quienes defendemos la verdad.
El sentido común me decía que tales afirmaciones debían ser necesariamente erróneas. Quienes sostienen que los homosexuales deben ser lapidados porque así lo ordena "la ley perfecta de Dios" (como decía literalmente el difunto Kirk x.com/danielsogay/status/1965887308454101427?t=Et5jWntgn-fveDn8YrGFIg& ) parecen bastante más proclives a apalear o matar a otros que quienes defienden la idéntica dignidad de todo ser humano independientemente de su raza, sexo u orientación sexual. Así que me puse a buscar estadísticas y encontré algunos datos interesantes mas allá de los casos mediáticos de políticos progresistas asesinados por ultraderechistas (como los dos políticos demócratas que fueron tiroteados en junio por supremacistas blancos conspiranoicos). He aquí el resultado:
En 2022, todos los homicidios masivos ideológicamente motivados en EE. UU. estuvieron vinculados a extremistas de extrema derecha, con una proporción inusualmente alta perpetrada por supremacistas blancos. www.axios.com/2023/02/23/mass-killings-extremism-adl-report-2022?
Un estudio de 2021 encontró que, de 38 homicidios ideológicamente motivados en EE. UU., 26 fueron cometidos por extremistas de extrema derecha, mientras que dos fueron cometidos por nacionalistas negros. ccjls.scholasticahq.com/article/26973-far-left-versus-far-right-fatal-
Entre 2010 y 2020, se registraron 21 homicidios masivos vinculados al extremismo, una cifra significativamente mayor que en décadas anteriores. De estos incidentes, todos estuvieron relacionados con el extremismo de derecha, en particular con el supremacismo blanco. apnews.com/article/homicide-center-crime-38ea83109a8e97f263d7fc60367b3
En 2024, los crímenes de odio fueron más frecuentemente motivados por prejuicios hacia la raza/etnia/ascendencia (53%), religión (25%) y orientación sexual (18%). usafacts.org/articles/which-groups-have-experienced-an-increase-in-hat
Insisto: no me sorprende. Si tu ideología se basa en el odio, la persecución y la destrucción de quien no encaja en tu estrechisima y enormemente excluyente concepción sobre la virtud, y si bebes diariamente litros de veneno en forma de teorías conspiranoicas sobre el gran reemplazo, el califato mundial, conspiraciones para volvernos gays, Hillary Clinton sacrificando bebés en el sotano de una pizzeria y chips en las vacunas, es normal que acabes loco de atar y con muchas ganas de matar a esos terribles enemigos imaginarios que te han vendido.
Y posiblemente tú, semianalfabeto empastillado de un pueblucho de Texas que coge un fusil y asalta un bar gay, seas menos culpable de ese crimen que los grandes mercaderes de odio que, aprovechando tu ignorancia y vulnerabilidad, te han convertido en su zombi para hacerse más y más ricos con el partido republicano en el poder. Ellos saben que todo es mentira y saben el riesgo que conlleva satanizar a colectivos humanos inmensos e inocentes para crear chivos expiatorios, amenazas diabólicas y apocalípticas que acabarán contigo y tu familia y de las que sólo ellos pueden salvarte. O tal vez intentes salvarte tú mismo quemando una mezquita con 100 fieles dentro. No importa, es un pequeño precio a cambio de los miles de millones de dólares y el poder casi infinito que puede ofrecer la Casa Blanca. Trump y su gente apostaron y ganaron. Y ahora, mintiendo descaradamente una vez más para victimizarse con el asesinato de su vocero, lo siguen haciendo. La banca siempre gana.
Vivimos inmersos en una realidad fabricada. Desde que abrimos los ojos hasta que los cerramos, consumimos un flujo incesante de imágenes y sonidos diseñados para mostrar la vida en su versión más perfecta. Esta exposición constante a la perfección artificial reconfigura silenciosamente nuestras expectativas sobre el amor y las relaciones.
Una canción pop contemporánea no es simplemente música: es el resultado de cientos de pistas superpuestas, efectos imposibles de reproducir en vivo y voces corregidas digitalmente hasta la perfección. El videoclip muestra al artista en su "momento dorado": máxima juventud, belleza optimizada mediante maquillaje profesional, iluminación cinematográfica y postproducción digital. Cuando termina, no hay respiro: inmediatamente aparece otro videoclip, otro artista, otra versión de la perfección. Los reality shows presentan jóvenes cuidadosamente seleccionados por su atractivo físico. Los programas de celebridades nos bombardean con historias de éxito y glamour. Las redes sociales amplifican este efecto, presentando vidas filtradas como si fueran la norma.
El problema fundamental es que estos contenidos se han convertido en nuestro punto de referencia para entender qué es normal o deseable. Cuando pasamos horas consumiendo estas representaciones idealizadas, nuestro cerebro calibra sus expectativas en base a estos estímulos artificiales. Entonces llega el momento de la verdad: una cita real, una conversación con nuestra pareja. De repente, nos enfrentamos a seres humanos reales, con voces sin procesar digitalmente, cuerpos sin retocar, vidas que incluyen cansancio y vulnerabilidad. El contraste es brutal, aunque no siempre seamos conscientes de estar haciendo esta comparación.
Esta dinámica genera una "inflación de expectativas". Así como la inflación económica erosiona el valor del dinero, la exposición constante a versiones idealizadas erosiona nuestra capacidad de valorar las relaciones auténticas. Comenzamos a sentir que merecemos "algo más", pero ese "algo más" es una quimera: la juventud eterna de un videoclip, la pasión constante de un reality, el éxito sin esfuerzo de las celebridades. El ciclo se perpetúa. Cuanto más consumimos estos contenidos, más insatisfechos nos sentimos con nuestra realidad. Y cuanto más insatisfechos estamos, más buscamos refugio en estos mismos contenidos que prometen transportarnos a un mundo perfecto.
Las relaciones se vuelven desechables porque siempre parece haber algo mejor en el horizonte. La intimidad genuina, que requiere aceptar la imperfección del otro, se vuelve cada vez más difícil. Paradójicamente, en nuestra búsqueda de ese "algo más", muchos terminan con menos: la soledad se convierte en el destino final de quienes no pueden reconciliar sus expectativas infladas con la hermosa imperfección de la vida real.
La solución no es rechazar completamente la cultura pop, sino desarrollar una comprensión más sofisticada de cómo estos contenidos afectan nuestra psicología. Necesitamos recordar que lo que vemos en las pantallas no es la vida real, sino una representación altamente editada. Que detrás de cada imagen perfecta hay horas de manipulación digital. Las relaciones reales se construyen no en momentos de máximo esplendor, sino en la acumulación de pequeños gestos y experiencias compartidas. El amor duradero no suena como una canción pop perfectamente producida; suena como dos voces imperfectas encontrando su propia armonía.
La próxima vez que sintamos esa insatisfacción, esa sensación de merecer "algo más", preguntémonos: más de qué? Más perfección artificial? O más presencia, más autenticidad, más conexión real? Podemos seguir persiguiendo el espejismo de la perfección hasta encontrarnos solos, o podemos apagar las pantallas por un momento y descubrir la extraordinaria belleza de lo ordinario, lo imperfecto, lo genuinamente humano.
menéame