Cuando un Estado acusado de crímenes de guerra pretende blindarse detrás de las víctimas del Holocausto para justificar un asedio sistemático a la población civil, el lenguaje pierde todo sentido. Lo que Israel ha hecho esta semana al acusar a Pedro Sánchez de iniciar una “cruzada antisraelí” por pedir la suspensión del Acuerdo de Asociación con la UE no es solo un acto diplomático de presión: es la confirmación de que el chantaje emocional se ha convertido en doctrina de Estado.
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