La mañana en que Pedro Lorenzo Concepción llegó a Cancún, resultó ser una mañana calurosa, más que las que había vivido en Miami, incluso más que las que recuerda de sus años en Cuba. Desembarcó en un ómnibus en la terminal ADO, pero no como el resto de los pasajeros, vacacionistas entusiastas en el trópico. Pedro llegaba para quedarse. Lo habían deportado de Estados Unidos a México y estaba completamente descolocado. Con el teléfono que compró en una gasolinera, hizo una llamada a su esposa en Florida. La voz le salía rota. — ¿Y qué hago yo...