Mi hipótesis: la búsqueda de la eterna juventud ha provocado que entre los 25 y los 65 todo el mundo parezca igual. No es solo apariencia: también hay más adolescentes eternos
#3:
#1 Viajaba el otro día en la línea 6 de metro (una vez más) cuando entró un buen hombre al que estuve a punto de cederle el asiento. Menos mal que no lo hice. Cuando reparé con más atención en su apariencia, en su rostro, en su pelo y en sus manos, me di cuenta de que a lo mejor esa persona que me había parecido un anciano tenía apenas diez años más que yo (39+10=49). Su pecado era esa combinación de camisa de rayas azules, pantalones de pinzas y zapatos de outlet que le echan una generación encima a cualquiera. Imagínese que la primera persona que te cede su asiento es alguien de tu propia quinta. La escaramuza suburbana me recordó algo que llevo tiempo pensando: qué difícil es adivinar la edad de la gente últimamente. Tesis: entre los 25 y los 65 todo el mundo es igual. O, al menos, no es tan distinto, gracias a los milagros de la homogeneización estética. Hoy no es nada raro encontrarte a alguien con más de sesenta años con pendientes, tatuajes o llevando la misma ropa que sus hijos (¡o nietos!), algo que habría sido impensable hace apenas un par de décadas. Aquí todo el mundo lleva bambas, camiseta y gorra tenga la edad que tenga. Los bebés y los ancianos visten igual. En parte se debe a que los hombres hemos empezado a plegarnos a la dictadura de la imagen como las mujeres llevan haciéndolo siglos. Pero también la moda femenina aspira a preservar esa juventud eterna que es el principal signo de nuestra era y que consiste en que desaparezcan todos los rasgos asociados con el envejecimiento. Calvicie, malos dientes, arrugas, partes del cuerpo flácidas, pero también prendas que ahora solo se llevan o irónicamente o como parte de un disfraz. Como resultado, todo el mundo se parece un poco. Lo que ha dejado de existir son los Tato Abadía del mundo, que a los 24 aparentaba más de 40 y lo que abundan son los Héctor Bellerín: ambos tienen bigote —uno bigotón, y el otro bigotín—, pero uno era un padre y el otro, tu hijo. Aunque parezca que eso tira por tierra mi teoría, muestra que todos aspiramos al mismo modelo de jóvenes guays eternos y, a poder, ser, guapos. Ya habrán visto la habitual comparación entre Brad Pitt a sus sesenta años y casi cualquier otra persona con su misma edad. Hoy todos aspiramos a ser un poco como Brad Pitt.
Pero hay algo más allá de la apariencia física. Por primera vez, me está pasando que me echan menos años de los que tengo, y tristemente, creo que no es porque me conserve especialmente bien. Creo que la clave se encuentra también en nuestros estilos de vida, en los que la edad cronológica no es tan determinante porque cada vez más personas vivimos como posadolescentes. Me echan menos, tal vez, porque estoy en lugares donde no se me espera a mi edad —conciertos, bares, eventos varios—, porque frecuento compañías más jóvenes —ahora soy el mayor en muchos grupos cuando antes era el más pequeño— o porque tengo gustos que no me corresponden —el último de Olivia Rodrigo está muy bien, en serio—. Veo las fotos de mi padre cuando se casó y, físicamente, es exactamente igual que yo, incluso más delgado y con más pelo, pero está claro que él es un padre y yo no. Él nunca habría llevado unas Adidas Superstar y yo no tengo intención de dejar de llevarlas. Ni de coña se habría puesto una camisa de flores. No se trata solo de una cuestión genética. A mi edad, él ya llevaba cuatro años aguantándome, y eso es mucho aguantar.
En un momento en el que todos nos parecemos cada vez más y se dejan notar menos los efectos del envejecimiento, calculamos la edad ajena a partir de una ecuación entre nuestras costumbres vitales y su forma de desenvolverse. Hay un puñado de hitos vitales que se reflejan en nuestro comportamiento y que permiten guiarnos para distinguir la edad de alguien: tiene más o menos dinero, tiene pareja o no, tiene hijos o no, está separado o no. Pero en determinados ámbitos, como los espacios de ocio donde todas esas características se diluyen, resulta casi imposible adivinar con exactitud cómo de viejo o de joven es alguien, aunque haya señores con camisetas de equipos de fútbol que cantan demasiado. Ni siquiera esos hitos vitales resultan decisivos. Una vez charlé con el compañero de El País Sergio Fanjul sobre esos padres que no parecen padres —como él, me atrevería a decir— después de descubrir que otro compañero a quien no le suponíamos descendencia tenía hijos mayores. No parecen padres porque se visten igual que a los 20, llevan la misma ropa, las mismas patillas, el mismo pelo y las mismas zapatillas, y además, un estilo de vida muy parecido al que tenían antes. Gracias a ellos ha emergido esa industria de eventos "para adultos con niños", como los conciertos de grupos de rock tocando sus canciones con guitarras acústicas y en horario vermú… para que a los padres no se les note la edad. Al otro lado del espectro, para complicarlo todo más, se encuentran las personas que parecen mucho mayores de lo que realmente son, y que aún existen, tal vez por comparación con la epidemia de lozanía que nos azota. Pero ya no son esos ancianos prematuros cuya piel ha sido castigada por el viento y el sol y cuyas vidas han sido golpeadas por los pesares y la agonía, sino que suelen pertenecer a un nivel socioeconómico alto. Vaya, son pijos, y suelen llevar su camisita, su pelito, sus pantaloncitos chinos y sus zapatitos. El envejecimiento como signo de prestigio.
Perdón por el prejuicio ideológico, pero es el prototipo de José Luis Martínez-Almeida (49 años) o Teodoro García Egea (39 años). No hay problema: su conservadurismo ideológico se traduce en su resistencia a adaptarse a la vestimenta, los peinados y la moda de la eterna juventud. En ese sentido, también hay una reacción pija que se reafirma identitariamente en ciertas formas estéticas que responden a cierta idea de lo tradicional. Parecer viejo es también una forma de rebeldía, tal vez inconsciente. Una resistencia ante la aceleración juvenil.
Un buen día eres joven y al siguiente te mueres
Esta incapacidad de situar a los demás en una edad determinada y, por lo tanto, en una etapa de vida concreta, es el reflejo de unas vidas cada vez menos articuladas por la narración que suponían los hitos vitales. Una amiga se quejaba esta semana de que tenía la sensación de que toda su vida desde su infancia había sido un continuo sin fases ni etapas, y es un sentimiento compartido entre los menores de 40. Pero ¿acaso no ha sido siempre así? ¿No era nacimiento, trabajo, matrimonio y muerte? ¿Qué ha cambiado? Quizá la diferencia se encuentra en que ahora hay muchos más intereses que conspiran para que no demos carpetazo a ciertas fases de nuestra vida y podamos solapar todas. Es decir, ser al mismo tiempo niños, adolescentes, adultos y ancianos y poder consumir todo lo que corresponde a cada grupo de edad. Algo que también se refleja en nuestra apariencia. ¿Cuándo dejamos de llevar deportivas? Nunca. ¿Cuándo empezamos a calarnos la boina, el paso inmediatamente anterior a la muerte? Nunca. ¿Cuándo vas a ser un adulto? Jamás.
El gran sueño del capitalismo es que todos seamos jóvenes eternos, situados en algún lugar entre los 25 y los 99 años. Es decir, ser siempre adultos con poder adquisitivo y poco miedo al futuro, el target comercial perfecto, obsesionados tanto con nuestra apariencia que estamos dispuestos a pagar lo que haga falta para detener el tiempo. No dejamos de consumir productos culturales, ni ocio, ni experiencias, y por eso pronto va a haber un parque de bolas en cada rincón de España. Por eso proliferan los adultos Disney: porque ya no solo no está mal visto que te guste lo mismo que te gustaba cuando tenías diez años, sino que se considera parte de tu identidad. Un valor positivo. El cielo es de aquellos que pueden consumir cualquier cosa a cualquier edad.
Últimamente, me dicen mucho que por qué no me hago un tatuaje o me pongo un pendiente y yo respondo que sí, hombre, lo que me faltaba. Ser viejo desde joven te concede un aura de inmortalidad y atemporalidad que estoy perdiendo. Es el mejor remedio contra el envejecimiento. Miren a los grandes actores que siempre parecieron mayores y por eso no envejecieron, como Alfredo Landa o José Luis López Vázquez. O Robert Duvall, que era viejo cuando apareció en la primera parte de El Padrino hace más de medio siglo y sigue siendo viejo ahora. Ser joven requiere mucho esfuerzo, cuesta dinero, cansa. ¿Ser viejo? Es elegante, eterno y rejuvenecedor.
#2:
"entre los 25 y los 65 todo el mundo parezca igual."
Pero como va alguien de 25 parecer tener 65 o viceversa, que tonteria es esta ?
#1 Parece una memez que no se cree ni quien la ha escrito
Si te dejas de tintar el pelo te van a ver como una anciana, da igual la edad que tengas o como vistas. Tengo el pelo casi blanco desde los 30 y hace 6 años decidí no tintarmelo porque mi cuero cabelludo no lo soportaba más. Pues del señora ya no me libro, en el super ya se han ofrecido como 10 veces a ayudarme a meter la compra en el carrito, y hasta el farmacéutico me dijo que como ya no pagaba las medicinas... ,y eso que visto con vaqueros y camisetas, algunas bastante frikis. Eso sí, una veinteañera con el pelo tintado de gris es cool.
#11 Desgraciadamente eso es así y normalmente ocurre en mujeres (los hombres tenemos la cruz de la alopecia). En nuestras mentes está grabada a fuego la relación canas = senectud.
Lo que no evita que también te vuelvas loco intentando adivinar la edad de una persona con el pelo cano.
#15 ya, pero si un hombre que conserva todo el pelo y tiene canas, da igual la edad que tenga, se convierte en alguien interesante y atractivo, sobre todo si es famoso, aunque he visto un cambio, sobre todo en actrices estadounidenses, que se van dejando las canas a la vista. Con la de historias que he leído de actrices, e incluso actores, que les han destrozado el cuero cabelludo y el pelo porque el papel exigía cierto color, no me extraña.
Llevando Adidas Superstar algún adolescente me paró preguntando dónde las podía comprar a precio asequible.
No era en Reino Unido, pero le dije que lo mejor era ir al duty free de los aeropuertos de Londres.
Se quedó así el pobre chaval.
Repetí varias veces esas Adidas para el uso diario, me duraban años y años, pero ya hace un tiempo me pasé a las New Balance. Uso ahora unas gore tex que son indestructibles.
#2 Bueno, es mi caso… desde que me divorcié y empecé con mi pareja actual (25 años de diferencia) pareciera que he rejuvenecido 10 años. Cambio de hábitos, de look, de coche…
Teniendo en cuenta que hay aplicaciones en el móvil que aciertan la edad con bastante precisión con solo mirarte la cara, me parece que todo el artículo es una tontería.
#1 Viajaba el otro día en la línea 6 de metro (una vez más) cuando entró un buen hombre al que estuve a punto de cederle el asiento. Menos mal que no lo hice. Cuando reparé con más atención en su apariencia, en su rostro, en su pelo y en sus manos, me di cuenta de que a lo mejor esa persona que me había parecido un anciano tenía apenas diez años más que yo (39+10=49). Su pecado era esa combinación de camisa de rayas azules, pantalones de pinzas y zapatos de outlet que le echan una generación encima a cualquiera. Imagínese que la primera persona que te cede su asiento es alguien de tu propia quinta. La escaramuza suburbana me recordó algo que llevo tiempo pensando: qué difícil es adivinar la edad de la gente últimamente. Tesis: entre los 25 y los 65 todo el mundo es igual. O, al menos, no es tan distinto, gracias a los milagros de la homogeneización estética. Hoy no es nada raro encontrarte a alguien con más de sesenta años con pendientes, tatuajes o llevando la misma ropa que sus hijos (¡o nietos!), algo que habría sido impensable hace apenas un par de décadas. Aquí todo el mundo lleva bambas, camiseta y gorra tenga la edad que tenga. Los bebés y los ancianos visten igual. En parte se debe a que los hombres hemos empezado a plegarnos a la dictadura de la imagen como las mujeres llevan haciéndolo siglos. Pero también la moda femenina aspira a preservar esa juventud eterna que es el principal signo de nuestra era y que consiste en que desaparezcan todos los rasgos asociados con el envejecimiento. Calvicie, malos dientes, arrugas, partes del cuerpo flácidas, pero también prendas que ahora solo se llevan o irónicamente o como parte de un disfraz. Como resultado, todo el mundo se parece un poco. Lo que ha dejado de existir son los Tato Abadía del mundo, que a los 24 aparentaba más de 40 y lo que abundan son los Héctor Bellerín: ambos tienen bigote —uno bigotón, y el otro bigotín—, pero uno era un padre y el otro, tu hijo. Aunque parezca que eso tira por tierra mi teoría, muestra que todos aspiramos al mismo modelo de jóvenes guays eternos y, a poder, ser, guapos. Ya habrán visto la habitual comparación entre Brad Pitt a sus sesenta años y casi cualquier otra persona con su misma edad. Hoy todos aspiramos a ser un poco como Brad Pitt.
Pero hay algo más allá de la apariencia física. Por primera vez, me está pasando que me echan menos años de los que tengo, y tristemente, creo que no es porque me conserve especialmente bien. Creo que la clave se encuentra también en nuestros estilos de vida, en los que la edad cronológica no es tan determinante porque cada vez más personas vivimos como posadolescentes. Me echan menos, tal vez, porque estoy en lugares donde no se me espera a mi edad —conciertos, bares, eventos varios—, porque frecuento compañías más jóvenes —ahora soy el mayor en muchos grupos cuando antes era el más pequeño— o porque tengo gustos que no me corresponden —el último de Olivia Rodrigo está muy bien, en serio—. Veo las fotos de mi padre cuando se casó y, físicamente, es exactamente igual que yo, incluso más delgado y con más pelo, pero está claro que él es un padre y yo no. Él nunca habría llevado unas Adidas Superstar y yo no tengo intención de dejar de llevarlas. Ni de coña se habría puesto una camisa de flores. No se trata solo de una cuestión genética. A mi edad, él ya llevaba cuatro años aguantándome, y eso es mucho aguantar.
En un momento en el que todos nos parecemos cada vez más y se dejan notar menos los efectos del envejecimiento, calculamos la edad ajena a partir de una ecuación entre nuestras costumbres vitales y su forma de desenvolverse. Hay un puñado de hitos vitales que se reflejan en nuestro comportamiento y que permiten guiarnos para distinguir la edad de alguien: tiene más o menos dinero, tiene pareja o no, tiene hijos o no, está separado o no. Pero en determinados ámbitos, como los espacios de ocio donde todas esas características se diluyen, resulta casi imposible adivinar con exactitud cómo de viejo o de joven es alguien, aunque haya señores con camisetas de equipos de fútbol que cantan demasiado. Ni siquiera esos hitos vitales resultan decisivos. Una vez charlé con el compañero de El País Sergio Fanjul sobre esos padres que no parecen padres —como él, me atrevería a decir— después de descubrir que otro compañero a quien no le suponíamos descendencia tenía hijos mayores. No parecen padres porque se visten igual que a los 20, llevan la misma ropa, las mismas patillas, el mismo pelo y las mismas zapatillas, y además, un estilo de vida muy parecido al que tenían antes. Gracias a ellos ha emergido esa industria de eventos "para adultos con niños", como los conciertos de grupos de rock tocando sus canciones con guitarras acústicas y en horario vermú… para que a los padres no se les note la edad. Al otro lado del espectro, para complicarlo todo más, se encuentran las personas que parecen mucho mayores de lo que realmente son, y que aún existen, tal vez por comparación con la epidemia de lozanía que nos azota. Pero ya no son esos ancianos prematuros cuya piel ha sido castigada por el viento y el sol y cuyas vidas han sido golpeadas por los pesares y la agonía, sino que suelen pertenecer a un nivel socioeconómico alto. Vaya, son pijos, y suelen llevar su camisita, su pelito, sus pantaloncitos chinos y sus zapatitos. El envejecimiento como signo de prestigio.
Perdón por el prejuicio ideológico, pero es el prototipo de José Luis Martínez-Almeida (49 años) o Teodoro García Egea (39 años). No hay problema: su conservadurismo ideológico se traduce en su resistencia a adaptarse a la vestimenta, los peinados y la moda de la eterna juventud. En ese sentido, también hay una reacción pija que se reafirma identitariamente en ciertas formas estéticas que responden a cierta idea de lo tradicional. Parecer viejo es también una forma de rebeldía, tal vez inconsciente. Una resistencia ante la aceleración juvenil.
Un buen día eres joven y al siguiente te mueres
Esta incapacidad de situar a los demás en una edad determinada y, por lo tanto, en una etapa de vida concreta, es el reflejo de unas vidas cada vez menos articuladas por la narración que suponían los hitos vitales. Una amiga se quejaba esta semana de que tenía la sensación de que toda su vida desde su infancia había sido un continuo sin fases ni etapas, y es un sentimiento compartido entre los menores de 40. Pero ¿acaso no ha sido siempre así? ¿No era nacimiento, trabajo, matrimonio y muerte? ¿Qué ha cambiado? Quizá la diferencia se encuentra en que ahora hay muchos más intereses que conspiran para que no demos carpetazo a ciertas fases de nuestra vida y podamos solapar todas. Es decir, ser al mismo tiempo niños, adolescentes, adultos y ancianos y poder consumir todo lo que corresponde a cada grupo de edad. Algo que también se refleja en nuestra apariencia. ¿Cuándo dejamos de llevar deportivas? Nunca. ¿Cuándo empezamos a calarnos la boina, el paso inmediatamente anterior a la muerte? Nunca. ¿Cuándo vas a ser un adulto? Jamás.
El gran sueño del capitalismo es que todos seamos jóvenes eternos, situados en algún lugar entre los 25 y los 99 años. Es decir, ser siempre adultos con poder adquisitivo y poco miedo al futuro, el target comercial perfecto, obsesionados tanto con nuestra apariencia que estamos dispuestos a pagar lo que haga falta para detener el tiempo. No dejamos de consumir productos culturales, ni ocio, ni experiencias, y por eso pronto va a haber un parque de bolas en cada rincón de España. Por eso proliferan los adultos Disney: porque ya no solo no está mal visto que te guste lo mismo que te gustaba cuando tenías diez años, sino que se considera parte de tu identidad. Un valor positivo. El cielo es de aquellos que pueden consumir cualquier cosa a cualquier edad.
Últimamente, me dicen mucho que por qué no me hago un tatuaje o me pongo un pendiente y yo respondo que sí, hombre, lo que me faltaba. Ser viejo desde joven te concede un aura de inmortalidad y atemporalidad que estoy perdiendo. Es el mejor remedio contra el envejecimiento. Miren a los grandes actores que siempre parecieron mayores y por eso no envejecieron, como Alfredo Landa o José Luis López Vázquez. O Robert Duvall, que era viejo cuando apareció en la primera parte de El Padrino hace más de medio siglo y sigue siendo viejo ahora. Ser joven requiere mucho esfuerzo, cuesta dinero, cansa. ¿Ser viejo? Es elegante, eterno y rejuvenecedor.
#3 También depende mucho del tabaco que causa un envejecimiento prematuro por la destrucción del colágeno y otros tejidos (También la exposición al Sol, el alcohol u otras drogas, la falta de sueño, etc)
La gente ya no fuma tanto, aunque siguen en algunos sectores.
#3 Una tesis interesante, pero creo que no es cierta, lo que pasa es que antiguamente jóvenes y viejos vestían exactamente igual, sólo hay que ver los cuadros costumbristas de principios del siglo XX, luego llego la rebeldía a partir de los '60 (mediados de los '70 en España) y era muy fácil distinguir viejos de jóvenes, pero los jóvenes de entonces somos los viejos de ahora, no vamos a llevar pinzas u otras prendas de nuestros bisabuelos, así que volvemos al principio.
#3 Te ha fallado la perspectiva histórica. Vestir igual a los 20 años y a los 70 siempre ha sido lo normal. Nadie se calzaba una boina cuando llegaba a los sesenta, ya la llevaban en su época a los 20. Lo que ocurre hoy en día es que la moda no cambia tan radicalmente entre generaciones, pero eso tiene más que ver con la globalización, que con los dictados de la moda. Los que llevan hoy boina no tenían gorra a sus 20. Cuando llegaron las gorras eran guay porque las llevaban los americanos en las películas y encima eran más baratas. Ahora vienen de China y son aún más baratas. Pero los que ya tenían boina les parecerían de mamarracho. El cambio de modas radical que forzó la gñobalización no se ha vuelto a repetir.
#3 tu padre te tuvo con 35 años q está bien el mío con 23 yo a mis hijas las he tenido con 37 y 43 años y veo a mi padre q a los 43 años yo me iba de casa y a vivir.y yo a los 43 cambiando pañales , también te digo q a los 50 sigo vistiendo igual q a los 17 camiseta heavy vaqueros y converse
Mis padres se divertían a su modo, cuando terminaron de criarnos a mi y a mis hermanos, se metieron en una peña folclórica, donde se pegaban sus buenas fiestas, tanto que a veces nos costaba a los hijos llegar mas tarde a casa de lo que llegaban nuestros padres. Era otra forma de diversion, peñas, festejos, restaurantes que después de las cenas no cerraban, y que surtían de alcohol y música en directo (pasodobles y similares) a los clientes mientras los clientes siguieran consumiendo. Ambos fallecieron pensando que los Beatles y Elvis eran unas moderneces insoportables.
Yo llevo saliendo desde la adolescencia por bares y discotecas. En general he disfrutado los cambios musicales, y llegado a cierta edad observo que la forma de diversion entre los jóvenes es exactamente la misma que yo he disfrutado siempre, bares y discotecas. Han cambiado los neones por leds, la música también ha cambiado, pero básicamente es lo mismo. Bueno, se pusieron de moda los tardeos para que los mas talluditos pudiéramos divertirnos sin que nuestros ritmos circadianos se rompieran demasiado, pero observo que cada día los jóvenes salen mas temprano, incluso en eso nos igualamos.
Quiero decir, si las formas de diversion no han evolucionado no es culpa de nadie, se supone que son los jóvenes los que deben encontrar nuevas formas nuevas y caminos nuevos para distanciarse de sus ascendientes, a mi que no intenten echarme de mis bares, que yo llegue antes.
Con todos mis respetos, no me gusta demasiado la música folclorica, ni el pasodoble.
PD. Y tampoco seamos como el padre de un amigo, que le ha dicho a su hijo que ya es demasiado viejo para actualizar windows a la nueva version, y que se va a quedar con windows 10 hasta que se muera. Hay que adaptarse a los nuevos tiempos, hay que estar al día.
#21 Yo también he tenido mis momentos de "inadaptado"
"¿GPS? ¡Que tontería! Con lo bonito que es saber situarse en un mapa"
Yo si que tenía tontería, y me duro hasta que me quede atascado en una autovía alemana, de noche, en mitad de una tormenta, sin visibilidad o referencias para poder situarme en mi maldito mapa, y saber si iba en la dirección correcta o en la contraria.
#6 A mí me parece un poco tonto que se apoye en las zapatillas que lleva la gente o el ocio que tienen para decir que no se identifica su edad. Eso no es verdad. Un abuelo con zapatillas lo ve todo el mundo que es mayor. Otra cosa es que ahora hay gente que se cuida mucho y una buena alimentación, deporte, buenos médicos y crema solar sí pueden hacer que alguien de 50 pase por 30 y pocos, o alguien de 30 y tantos por 20.
Comentarios
Si te dejas de tintar el pelo te van a ver como una anciana, da igual la edad que tengas o como vistas. Tengo el pelo casi blanco desde los 30 y hace 6 años decidí no tintarmelo porque mi cuero cabelludo no lo soportaba más. Pues del señora ya no me libro, en el super ya se han ofrecido como 10 veces a ayudarme a meter la compra en el carrito, y hasta el farmacéutico me dijo que como ya no pagaba las medicinas... ,y eso que visto con vaqueros y camisetas, algunas bastante frikis. Eso sí, una veinteañera con el pelo tintado de gris es cool.
#11 Desgraciadamente eso es así y normalmente ocurre en mujeres (los hombres tenemos la cruz de la alopecia). En nuestras mentes está grabada a fuego la relación canas = senectud.
Lo que no evita que también te vuelvas loco intentando adivinar la edad de una persona con el pelo cano.
#15 ya, pero si un hombre que conserva todo el pelo y tiene canas, da igual la edad que tenga, se convierte en alguien interesante y atractivo, sobre todo si es famoso, aunque he visto un cambio, sobre todo en actrices estadounidenses, que se van dejando las canas a la vista. Con la de historias que he leído de actrices, e incluso actores, que les han destrozado el cuero cabelludo y el pelo porque el papel exigía cierto color, no me extraña.
#18 no lo niego...
#22 Yo justamente eso, lo adopté los primeross días, tras perderme dos veces yendo del salón al cuarto de baño...
#8 Discrepo. Fumo como un carretero y la gente me echa más de 10 años menos de los que tengo
Llevando Adidas Superstar algún adolescente me paró preguntando dónde las podía comprar a precio asequible.
No era en Reino Unido, pero le dije que lo mejor era ir al duty free de los aeropuertos de Londres.
Se quedó así el pobre chaval.
Repetí varias veces esas Adidas para el uso diario, me duraban años y años, pero ya hace un tiempo me pasé a las New Balance. Uso ahora unas gore tex que son indestructibles.
Fue sienpte de necio confundir valor y precio.
Así que confundir zapatillas con edad ha de ser de completo retrasado.
¿Podrías copiar pegar el texto del artículo? Parece súper interesante.
"entre los 25 y los 65 todo el mundo parezca igual."
Pero como va alguien de 25 parecer tener 65 o viceversa, que tonteria es esta ?
#1 Parece una memez que no se cree ni quien la ha escrito
#2 Bueno, es mi caso… desde que me divorcié y empecé con mi pareja actual (25 años de diferencia) pareciera que he rejuvenecido 10 años. Cambio de hábitos, de look, de coche…
Teniendo en cuenta que hay aplicaciones en el móvil que aciertan la edad con bastante precisión con solo mirarte la cara, me parece que todo el artículo es una tontería.
O una memez como dice #2
#1 Viajaba el otro día en la línea 6 de metro (una vez más) cuando entró un buen hombre al que estuve a punto de cederle el asiento. Menos mal que no lo hice. Cuando reparé con más atención en su apariencia, en su rostro, en su pelo y en sus manos, me di cuenta de que a lo mejor esa persona que me había parecido un anciano tenía apenas diez años más que yo (39+10=49). Su pecado era esa combinación de camisa de rayas azules, pantalones de pinzas y zapatos de outlet que le echan una generación encima a cualquiera. Imagínese que la primera persona que te cede su asiento es alguien de tu propia quinta. La escaramuza suburbana me recordó algo que llevo tiempo pensando: qué difícil es adivinar la edad de la gente últimamente. Tesis: entre los 25 y los 65 todo el mundo es igual. O, al menos, no es tan distinto, gracias a los milagros de la homogeneización estética. Hoy no es nada raro encontrarte a alguien con más de sesenta años con pendientes, tatuajes o llevando la misma ropa que sus hijos (¡o nietos!), algo que habría sido impensable hace apenas un par de décadas. Aquí todo el mundo lleva bambas, camiseta y gorra tenga la edad que tenga. Los bebés y los ancianos visten igual. En parte se debe a que los hombres hemos empezado a plegarnos a la dictadura de la imagen como las mujeres llevan haciéndolo siglos. Pero también la moda femenina aspira a preservar esa juventud eterna que es el principal signo de nuestra era y que consiste en que desaparezcan todos los rasgos asociados con el envejecimiento. Calvicie, malos dientes, arrugas, partes del cuerpo flácidas, pero también prendas que ahora solo se llevan o irónicamente o como parte de un disfraz. Como resultado, todo el mundo se parece un poco. Lo que ha dejado de existir son los Tato Abadía del mundo, que a los 24 aparentaba más de 40 y lo que abundan son los Héctor Bellerín: ambos tienen bigote —uno bigotón, y el otro bigotín—, pero uno era un padre y el otro, tu hijo. Aunque parezca que eso tira por tierra mi teoría, muestra que todos aspiramos al mismo modelo de jóvenes guays eternos y, a poder, ser, guapos. Ya habrán visto la habitual comparación entre Brad Pitt a sus sesenta años y casi cualquier otra persona con su misma edad. Hoy todos aspiramos a ser un poco como Brad Pitt.
Pero hay algo más allá de la apariencia física. Por primera vez, me está pasando que me echan menos años de los que tengo, y tristemente, creo que no es porque me conserve especialmente bien. Creo que la clave se encuentra también en nuestros estilos de vida, en los que la edad cronológica no es tan determinante porque cada vez más personas vivimos como posadolescentes. Me echan menos, tal vez, porque estoy en lugares donde no se me espera a mi edad —conciertos, bares, eventos varios—, porque frecuento compañías más jóvenes —ahora soy el mayor en muchos grupos cuando antes era el más pequeño— o porque tengo gustos que no me corresponden —el último de Olivia Rodrigo está muy bien, en serio—. Veo las fotos de mi padre cuando se casó y, físicamente, es exactamente igual que yo, incluso más delgado y con más pelo, pero está claro que él es un padre y yo no. Él nunca habría llevado unas Adidas Superstar y yo no tengo intención de dejar de llevarlas. Ni de coña se habría puesto una camisa de flores. No se trata solo de una cuestión genética. A mi edad, él ya llevaba cuatro años aguantándome, y eso es mucho aguantar.
En un momento en el que todos nos parecemos cada vez más y se dejan notar menos los efectos del envejecimiento, calculamos la edad ajena a partir de una ecuación entre nuestras costumbres vitales y su forma de desenvolverse. Hay un puñado de hitos vitales que se reflejan en nuestro comportamiento y que permiten guiarnos para distinguir la edad de alguien: tiene más o menos dinero, tiene pareja o no, tiene hijos o no, está separado o no. Pero en determinados ámbitos, como los espacios de ocio donde todas esas características se diluyen, resulta casi imposible adivinar con exactitud cómo de viejo o de joven es alguien, aunque haya señores con camisetas de equipos de fútbol que cantan demasiado. Ni siquiera esos hitos vitales resultan decisivos. Una vez charlé con el compañero de El País Sergio Fanjul sobre esos padres que no parecen padres —como él, me atrevería a decir— después de descubrir que otro compañero a quien no le suponíamos descendencia tenía hijos mayores. No parecen padres porque se visten igual que a los 20, llevan la misma ropa, las mismas patillas, el mismo pelo y las mismas zapatillas, y además, un estilo de vida muy parecido al que tenían antes. Gracias a ellos ha emergido esa industria de eventos "para adultos con niños", como los conciertos de grupos de rock tocando sus canciones con guitarras acústicas y en horario vermú… para que a los padres no se les note la edad. Al otro lado del espectro, para complicarlo todo más, se encuentran las personas que parecen mucho mayores de lo que realmente son, y que aún existen, tal vez por comparación con la epidemia de lozanía que nos azota. Pero ya no son esos ancianos prematuros cuya piel ha sido castigada por el viento y el sol y cuyas vidas han sido golpeadas por los pesares y la agonía, sino que suelen pertenecer a un nivel socioeconómico alto. Vaya, son pijos, y suelen llevar su camisita, su pelito, sus pantaloncitos chinos y sus zapatitos. El envejecimiento como signo de prestigio.
Perdón por el prejuicio ideológico, pero es el prototipo de José Luis Martínez-Almeida (49 años) o Teodoro García Egea (39 años). No hay problema: su conservadurismo ideológico se traduce en su resistencia a adaptarse a la vestimenta, los peinados y la moda de la eterna juventud. En ese sentido, también hay una reacción pija que se reafirma identitariamente en ciertas formas estéticas que responden a cierta idea de lo tradicional. Parecer viejo es también una forma de rebeldía, tal vez inconsciente. Una resistencia ante la aceleración juvenil.
Un buen día eres joven y al siguiente te mueres
Esta incapacidad de situar a los demás en una edad determinada y, por lo tanto, en una etapa de vida concreta, es el reflejo de unas vidas cada vez menos articuladas por la narración que suponían los hitos vitales. Una amiga se quejaba esta semana de que tenía la sensación de que toda su vida desde su infancia había sido un continuo sin fases ni etapas, y es un sentimiento compartido entre los menores de 40. Pero ¿acaso no ha sido siempre así? ¿No era nacimiento, trabajo, matrimonio y muerte? ¿Qué ha cambiado? Quizá la diferencia se encuentra en que ahora hay muchos más intereses que conspiran para que no demos carpetazo a ciertas fases de nuestra vida y podamos solapar todas. Es decir, ser al mismo tiempo niños, adolescentes, adultos y ancianos y poder consumir todo lo que corresponde a cada grupo de edad. Algo que también se refleja en nuestra apariencia. ¿Cuándo dejamos de llevar deportivas? Nunca. ¿Cuándo empezamos a calarnos la boina, el paso inmediatamente anterior a la muerte? Nunca. ¿Cuándo vas a ser un adulto? Jamás.
El gran sueño del capitalismo es que todos seamos jóvenes eternos, situados en algún lugar entre los 25 y los 99 años. Es decir, ser siempre adultos con poder adquisitivo y poco miedo al futuro, el target comercial perfecto, obsesionados tanto con nuestra apariencia que estamos dispuestos a pagar lo que haga falta para detener el tiempo. No dejamos de consumir productos culturales, ni ocio, ni experiencias, y por eso pronto va a haber un parque de bolas en cada rincón de España. Por eso proliferan los adultos Disney: porque ya no solo no está mal visto que te guste lo mismo que te gustaba cuando tenías diez años, sino que se considera parte de tu identidad. Un valor positivo. El cielo es de aquellos que pueden consumir cualquier cosa a cualquier edad.
Últimamente, me dicen mucho que por qué no me hago un tatuaje o me pongo un pendiente y yo respondo que sí, hombre, lo que me faltaba. Ser viejo desde joven te concede un aura de inmortalidad y atemporalidad que estoy perdiendo. Es el mejor remedio contra el envejecimiento. Miren a los grandes actores que siempre parecieron mayores y por eso no envejecieron, como Alfredo Landa o José Luis López Vázquez. O Robert Duvall, que era viejo cuando apareció en la primera parte de El Padrino hace más de medio siglo y sigue siendo viejo ahora. Ser joven requiere mucho esfuerzo, cuesta dinero, cansa. ¿Ser viejo? Es elegante, eterno y rejuvenecedor.
#3 gracias
#3 También depende mucho del tabaco que causa un envejecimiento prematuro por la destrucción del colágeno y otros tejidos (También la exposición al Sol, el alcohol u otras drogas, la falta de sueño, etc)
La gente ya no fuma tanto, aunque siguen en algunos sectores.
#3 Una tesis interesante, pero creo que no es cierta, lo que pasa es que antiguamente jóvenes y viejos vestían exactamente igual, sólo hay que ver los cuadros costumbristas de principios del siglo XX, luego llego la rebeldía a partir de los '60 (mediados de los '70 en España) y era muy fácil distinguir viejos de jóvenes, pero los jóvenes de entonces somos los viejos de ahora, no vamos a llevar pinzas u otras prendas de nuestros bisabuelos, así que volvemos al principio.
#3 Te ha fallado la perspectiva histórica. Vestir igual a los 20 años y a los 70 siempre ha sido lo normal. Nadie se calzaba una boina cuando llegaba a los sesenta, ya la llevaban en su época a los 20. Lo que ocurre hoy en día es que la moda no cambia tan radicalmente entre generaciones, pero eso tiene más que ver con la globalización, que con los dictados de la moda. Los que llevan hoy boina no tenían gorra a sus 20. Cuando llegaron las gorras eran guay porque las llevaban los americanos en las películas y encima eran más baratas. Ahora vienen de China y son aún más baratas. Pero los que ya tenían boina les parecerían de mamarracho. El cambio de modas radical que forzó la gñobalización no se ha vuelto a repetir.
#3 tu padre te tuvo con 35 años q está bien el mío con 23 yo a mis hijas las he tenido con 37 y 43 años y veo a mi padre q a los 43 años yo me iba de casa y a vivir.y yo a los 43 cambiando pañales , también te digo q a los 50 sigo vistiendo igual q a los 17 camiseta heavy vaqueros y converse
#3 Alguna vez le he dado vueltas a este tema.
Mis padres se divertían a su modo, cuando terminaron de criarnos a mi y a mis hermanos, se metieron en una peña folclórica, donde se pegaban sus buenas fiestas, tanto que a veces nos costaba a los hijos llegar mas tarde a casa de lo que llegaban nuestros padres. Era otra forma de diversion, peñas, festejos, restaurantes que después de las cenas no cerraban, y que surtían de alcohol y música en directo (pasodobles y similares) a los clientes mientras los clientes siguieran consumiendo. Ambos fallecieron pensando que los Beatles y Elvis eran unas moderneces insoportables.
Yo llevo saliendo desde la adolescencia por bares y discotecas. En general he disfrutado los cambios musicales, y llegado a cierta edad observo que la forma de diversion entre los jóvenes es exactamente la misma que yo he disfrutado siempre, bares y discotecas. Han cambiado los neones por leds, la música también ha cambiado, pero básicamente es lo mismo. Bueno, se pusieron de moda los tardeos para que los mas talluditos pudiéramos divertirnos sin que nuestros ritmos circadianos se rompieran demasiado, pero observo que cada día los jóvenes salen mas temprano, incluso en eso nos igualamos.
Quiero decir, si las formas de diversion no han evolucionado no es culpa de nadie, se supone que son los jóvenes los que deben encontrar nuevas formas nuevas y caminos nuevos para distanciarse de sus ascendientes, a mi que no intenten echarme de mis bares, que yo llegue antes.
Con todos mis respetos, no me gusta demasiado la música folclorica, ni el pasodoble.
PD. Y tampoco seamos como el padre de un amigo, que le ha dicho a su hijo que ya es demasiado viejo para actualizar windows a la nueva version, y que se va a quedar con windows 10 hasta que se muera. Hay que adaptarse a los nuevos tiempos, hay que estar al día.
#20 Yo dejé Windows XP hace un año o así
Totalmente de acuerdo con lo que dices.
#21 Yo también he tenido mis momentos de "inadaptado"
"¿GPS? ¡Que tontería! Con lo bonito que es saber situarse en un mapa"
Yo si que tenía tontería, y me duro hasta que me quede atascado en una autovía alemana, de noche, en mitad de una tormenta, sin visibilidad o referencias para poder situarme en mi maldito mapa, y saber si iba en la dirección correcta o en la contraria.
#3 joder Feindesland, leyendo el mensaje pir un momento pensé que querías colarnos que tienes 39 años
#24
Es un copia-pega del artículo, no me jodas.
#25 ya, ya me dí cuenta, ya...
entre los 25 y los 65 todo el mundo parezca igual
Orquilla demasiado amplia. Tanto que no puedo tomarme en serio el argumento.
#6 A mí me parece un poco tonto que se apoye en las zapatillas que lleva la gente o el ocio que tienen para decir que no se identifica su edad. Eso no es verdad. Un abuelo con zapatillas lo ve todo el mundo que es mayor. Otra cosa es que ahora hay gente que se cuida mucho y una buena alimentación, deporte, buenos médicos y crema solar sí pueden hacer que alguien de 50 pase por 30 y pocos, o alguien de 30 y tantos por 20.