El cazador cansado

Existe un agotamiento particular que conoce el hombre moderno: el del eterno iniciador. Educado para conquistar en un mundo donde la conquista misma se ha vuelto obsoleta, navega entre la presión de actuar y la necesidad de simplemente ser. Cada primer paso, cada riesgo de rechazo, cada mensaje sin respuesta se acumula como plomo en los hombros.

El cortejo tiene una economía brutal que nadie nombra. El hombre invierte —tiempo, dinero, energía emocional— sin garantías. No es la inversión lo que duele, sino participar en un juego cuyas reglas nunca se aclaran. Paga la cena porque es lo esperado. Llama primero porque el silencio es ensordecedor. A veces persigue no por pasión, sino por la simple necesidad de romper el vacío.

"¿Por qué siempre yo?" La pregunta flota sin respuesta. Debe aparentar desapego mientras demuestra interés, ser vulnerable sin parecer débil, perseguir sin parecer desesperado. Un paso en falso significa el ridículo o la etiqueta de "intenso". Así aprende a calcular cada movimiento como un ajedrecista que olvidó que el juego era sobre conexión, no estrategia.

Se le exige ser emocionalmente disponible pero no necesitado, protector pero no posesivo, fuerte pero no tóxico. Cuando percibe pasividad del otro lado, surge la duda dolorosa: ¿Es mi deseo una maldición que me condena a necesitar más de lo que seré necesitado?

La narrativa del "cazador natural" ignora que el hombre también quiere ser deseado, no solo tolerado. Buscado, no solo aceptado. Pero este deseo choca contra el guión cultural que le niega el lujo de ser perseguido. El deseo se convierte en su propia trampa: mientras más siente, más debe ocultarlo. El teatro es agotador.

Las brujas de este cuento no son las mujeres. Son las expectativas imposibles, los roles rígidos, los hechizos culturales que convierten el amor en guerra y la vulnerabilidad en derrota. El hombre moderno necesita su propio aquelarre: un círculo donde admitir el cansancio sin perder valor, donde dejar de ser cazador para ser humano.

¿Dónde está la paz para el guerrero cansado de guerras que nunca pidió? Tal vez llegue cuando entienda que no toda quietud es rechazo, que su valor no está en la conquista sino en la conexión genuina. O cuando se permita estar quieto y dejar que también lo encuentren.

Al final, el zen no está en entender las dinámicas sino en trascenderlas. En rechazar los roles que agotan. En buscar conexiones donde el fuego del deseo sea compartido, no la carga solitaria de uno solo.

El cazador está cansado. Tal vez es hora de dejar de cazar y empezar a vivir.