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Diablo y detalles

Acabo de volver de una intensa semana de trabajo en una localidad sueca y me he dado cuenta de varias cosas que quizás no podía tener presente o las obviaba o simplemente desconocía. Y eso que llevo trabajando con equipos escandinavos varios años.

De entrada sobre su propia imagen, sobre lo que creen de sí mismos... es un país que no fuma y así se muestra en mil artículos y comentarios pero resulta que NO es exactamente verdad, tienen zonas en frente de algunos edificios llenos de colillas y a veces con cuencos para ir tirando ahí las colillas. Y no sólo en una zona, sino en cualquier edificio de co-working u oficinas. No sé porcentajes ni es tema del que hablar pero que la realidad es que creo que no les acaba de convencer la diferencia entre su imagen proyectada y percibida y la realidad colillera en muchos edificios. Los grupos de fumadores (que no serán la gran mayoría, cierto) tienen su punto de encuentro y se reúnen para charlar mientras echan un cigarrillo en algunas de las pausas entre reuniones. Ahí lo dejo.

Otra cosa curiosa es no acaban de entender realmente la corrupción tanto empresarial como política. Creen y confían (más o menos) en el “sistema”, osea el que se esfuerza lo consigue. Pero cuando rascas un poco, pasa que muchos provienen de familias históricas madereras o familias de tres generaciones bien situadas o... simplemente tienen acceso a cientos de contactos con poder de decisión. Cierto que son “pocos” y que su país tiene mucho dinero. Cierto. Y a veces mezclan en esas charlas casuales que no es lo mismo ser católico, que protestante o luterano. Sin mala saña, pero está ahí. Creen que el poder de la Iglesia Católica (en mayúsculas) nos ha vendido que ser pobre es bueno y que hay que odiar a los ricos, y cito: “porque también hay ricos que son buena gente, no todo es blanco y negro”. No entienden, no quieren o no pueden o no saben... cómo entender que los mega ricos obtienen todo su dinero y poder a través de miseria política o de abusar de sus empleados en muchos casos. Cosa curiosa porque odian el servilismo pero son extremadamente serviles (en los bares, en los restaurantes, en muchas áreas...) posiblemente sea una fachada hipócrita. Por cierto que el concepto de hipocresía les cuesta un poco. Cuando les intentas explicar que el Monopoly es el único juego (que yo conozca) que es mejor estar en la cárcel que seguir perdiendo dinero falso y que el final del juego es que uno GANA todo y el resto pierde todo... pues... dicen que no juegan al Monopoly. Ajá.

Otra cosa CURIOSA es que me han explicado que cuando un refugiado tiene que pasar por el proceso de ser integrado en el sistema, de las primeras cosas es contarles cómo funciona el sistema de reciclaje. Aquí, papel-cartón, aquí orgánico, aquí... a alguien que acaba de llegar (o lleva poco tiempo en el país) de Siria (por decir algo) y que casi pierde la vida y ha perdido hermano o hijos... es una cosa que me llama mucho la atención, la desconexión tan rígida de unas realidades infinitamente más duras que las suyas.

Y ya lo dejo aquí, que no quiero aburrir... hay mil pequeños detalles más... por como dicen los ingleses “el diablo está en los detalles”.    

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Las empresas son las corruptas. Hay que cambiar la legislación

Los corruptos son las grandes empresas que compran a políticos para ganar los contratos. Son realmente los beneficiados en la corrupción y los políticos son solo los colaboradores necesarios. Las grandes empresas tienen en el bipartidismo su sistema montado para ganar los contratos. Razón por la que el sistema bipartidista se apuntala y defiende con todo el aparato del Estado, medios de comunicación, etc. Las grandes empresas simplemente tienen que añadir al presupuesto la mordida del politico de turno ya que el contrato lo van a ganar sí o sí. No les cuesta dinero, ni les supone una merma en sus beneficios. Como es dinero público, pierde la ciudadanía teniendo que pagar mayores impuestos para que cuadren las cuentas o incluso perdiendo servicios públicos y también las empresas que hacen bien las cosas, ajustan sus presupuestos pero jamás ganan los contratos o ni se enteran de las licitaciones porque está todo amañado.

Hay que cambiar la legislación para cerrar a esas empresas y que devuelvan el dinero. A los políticos siempre los van a poder comprar. El foco se pone en el lugar incorrecto.

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Groucho, Enrique IV  y el sanchismo líquido

Groucho, Enrique IV y el sanchismo líquido

Pedro Sánchez ha demostrado con creces que carece de escrúpulos. Es un tipo devorado por la soberbia que se aviene de buena gana a cualquier trama, componenda o viraje que lo mantenga por encima del común. Todo lo fía a un objetivo personalísimo: seguir siendo, en palabras de Óscar Puente, "el puto amo". Para ello, justifica el empleo de cualquier medio, recurriendo con soltura a medias verdades, falsedades y cambios de opinión. De estos últimos hemos tenido a porrillo. Una montonera. Tantos que, nuestro presidente, podría suscribir sin dificultad aquella célebre ironía atribuida a Groucho Marx: “Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”.

Y, cuando no cambia de opinión, retuerce las reglas del juego a su antojo. Tomás Gómez, exsecretario general del PSOE de Madrid, declaraba hace poco: “He visto a Sánchez coger una urna y meterla detrás de un biombo para intentar cambiar el resultado de una votación. Alguien que hace eso delante de todos los dirigentes del PSOE fíjese usted el sentido que tiene de la democracia y de las instituciones". No parece que Gómez le tenga mucho aprecio. Por lo visto, lo considera un fullero de marca mayor que carece de los más elementales principios éticos. La acusación siembra dudas sobre un estilo de liderazgo que algunos consideran opaco y calculador. A cambio, hay que reconocerle a Sánchez una capacidad poco común de resistencia ante las vicisitudes del juego político, a la que ha sabido sacarle, además, partido editorial.

Escribió para la imprenta su ya famoso Manual de resistencia, pero podría haber escrito con mayor autoridad un Manual del perfecto arribista porque sabe un rato largo de alcanzar objetivos a cualquier precio. Al precio incluso de desmentirse, apelando sin el menor rubor a aquella vieja máxima popular que reza: donde dije digo, digo Diego. Resulta rara la afirmación que no ha sido negada a posteriori por otra en sentido contrario: desde el rechazo a incluir ministros de Podemos en su gobierno hasta la inconstitucionalidad del procés, por poner sólo dos ejemplos notorios. Todas estas mudanzas responden a su enorme ansia de poder, que es un motor potente que tira millas dejando atrás principios y valores. París bien vale una misa, que diría Enrique IV de Francia.

Lo siguiente es una obviedad: a Pedro Sánchez le gusta más presentar credenciales de presidente que vestir de fiesta. Tiene una alta opinión de su persona. Muy alta. Cree a pies juntillas que nadie sobre el suelo patrio merece más que él la poltrona presidencial. Y combina esa nitroglicerina del ego con un empeño obsesivo por dejar escritas de su puño y letra dos o tres páginas de la Historia. Màxim Huerta, ministro fugaz de su Gobierno, y testigo circunstancial de sus ínfulas, no me dejaría mentir sobre el particular. Vanitas vanitatum, omnia vanitas. Y es que el actual jefe del Ejecutivo se considera un líder providencial; un elegido de los dioses que, además, luce cañón en los salones del poder. Sin embargo, vista la degradación de las instituciones del país desde su llegada a la Moncloa, más parece que fuera, a ojos de muchos, un troyano enviado por el destino para reventar nuestro sistema político desde dentro.

No obstante, en los últimos días crece la sensación de que la legislatura agoniza. Los casos judiciales que salpican al entorno más próximo del presidente, el desgaste social, las tensiones territoriales y la parálisis legislativa dibujan un panorama sombrío, casi inevitablemente abocado a las urnas. Aun así, Pedro Sánchez se empeña en seguir al frente del pandemonio dos años más. A estas alturas, nadie sabe si le alcanzarán las fuerzas -ni los apoyos parlamentarios- para cumplir su propósito. Hay serias dudas al respecto, incluso entre los suyos. Mientras tanto, traga quina y resiste, intentando ganarle días a un final que se intuye próximo y fatal. Todo apunta a que, más pronto que tarde, se verá obligado a convocar elecciones anticipadas y a retirarse a regañadientes a los páramos de la irrelevancia. Su despedida, más que solemne, será turbia. No en olor de multitudes... sino de corrupción.

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En respuesta al Ministro del PSOE Ángel Víctor Torres y su advertencia

El ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres hizo una advertencia a los votantes: "¿Queremos que gobierne la ultraderecha en este país? Creen que los ciudadanos de ese país son simple y básicamente esclavos y que no tenemos otra opción que aceptar lo que hay. Que esos ciudadanos no quieren salir de la esclavitud, que son como maníacos que les encanta sufrir, les encanta contemplar sus casos de corrupción mientras presumen de una superioridad moral de la que carecen por completo, que a esos ciudadanos de ese país les encanta ser esclavos y puede que la mayoría sean así pero... ¿Por qué yo tengo que ser esclavo? No lo puedo entender, quiero vivir libre de cualquier miedo y por eso, a los que no piensan como ellos y no son sus esclavos, los convierten en radicales, resentidos, perturbados y hasta terroristas ante una sociedad dormida en su profundo letargo. Me gustaría que este sistema no utilizase estas palabras para tapar sus miserias morales pero ya lo que hacen, que sepan que yo tengo la conciencia tranquila y que si gobierna la ultraderecha será por culpa de personas como él, no por culpa de personas como yo. Y aquellos que tenemos claro que este sistema es autoritario y corrupto, no nos da ningún miedo que nos gobierne la "ultraderecha", la "ultraizquierda" o el "ultracentro", por mí como si unen esfuerzos para un gobierno de concentración nacional con "los mejores" (o mejor dicho, con los más cabrones). De nada, Ángel Víctor Torres.


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