Hace 8 años | Por macfly a twitter.com
Publicado hace 8 años por macfly a twitter.com

Un seguidor de Twitter@judaicapopular quiere denunciar el trato que ha recibido en el Hospital de La Ribera (Valencia) tras ingresar su mujer por un aborto y me ha pedido que comparta esta carta. El texto es muy duro y lo reproduzco a continuación literalmente [...] https://plus.google.com/+PepoJimenezMolt%C3%B3/posts/Svnpgdb4eiw

Comentarios

e

Los profesionales hablarán de recortes y tienen razón pero un trato humano y un poco de empatia no vale dinero

cincinnata

#10 Toda la razón.

Xtrem3

Por favor, sé donde acaban los tweets en esta web, leedla antes de votar. Gracias

macfly

#7 No suelo mandar tuits, pero esta vez creo que merece la pena. Intenté mandar la entrada de google plus pero me salió esto:

Xtrem3

#8 A mí me ha pasado algo raro también, mi comentario #7 lo he mandado antes pero ha desaparecido y lo acabo de escribir otra vez

macfly

No me deja enviar la entrada de G+, por eso mando la fuente original en Twitter.

pardines

Tras vivir un año en Alzira este testimonio me ha recordado algunas historias desgraciadas del hospital de la Ribera, como esos postopoeratorios en los que el principal interés de las enfermeras es que te levantes y vayas al baño...para ver si te pueden mandar ya a casa, no sea que te tengas que quedar ocupando una habitación. Hay que recordar que es un hospital de gestión privada, cuyos beneficios se basan en atender lo menos posible a la población de la zona, puesto que cobran un fijo por residente y si lo superan eso son pérdidas. Penoso.

s

Tremendo. Nunca te imaginas lo durísimo que es el proceso hasta que lees algo así, es una pena que el sistema de salud esté muchas veces tan deshumanizado.

Dene

Y todavia no ha puesto la denuncia en el juzgado?

D

Yo tengo Twitter bloqueado así que no puedo leer esa carta si está publicada en Twitter.

macfly

#2 Pincha en el enlace de la entradilla, el de google plus.

editado:
copio pego el inicio:

Corbera, a 26 de octubre de 2015

Mi nombre es Inés, y hasta hace cuatro días estaba embarazada de ocho semanas.

Digo estaba porque la pasada noche del jueves al viernes 23, mi cuerpo decidió no seguir adelante con la gestación y tuve un aborto espontáneo.

Eran las 03:40 cuando un punzante dolor en el vientre me despertó, y cuando fui al baño tuve la inmensa desgracia de ver aquello que ninguna mujer embarazada desea, el retrete salpicado de sangre Cuando digo salpicado no me refiero a unas gotas, me refiero a una gran masa de sangre coagulada que se desprendía de mi interior y caía como un peso inerte sobre la loza.

Mareada, llorando y sin fuerza en las piernas, desperté a mi marido para que me acompañara al servicio de urgencias del Hospital de La Ribera (Valencia). Nunca cinco kilómetros se me habían hecho tan largos.

Llegamos sobre las 4:00 al hospital y me realizaron una recepción impecable. No tuve que esperar lo más mínimo y me llevaron en silla de ruedas a la planta de urgencias ginecológicas con la rapidez esperada.

Entré yo. Mi marido se quedó en la sala de espera. Hasta ese momento todo iba bien pero la situación empezó a empeorar poco a poco. Os recuerdo que estaba abortando, imaginad los dolores que tenía, pues añadidle a eso una ecografía vaginal y una enfermera poníendote una vía en la mano. Supongo que tendría razones para quejarme del dolor, ¿no? Pues según palabras textuales de la doctora “Tienes que separar el dolor psicológico del físico, porque hay una persona que está intentando trabajar y no le dejas”. Estaba abortando, me moría de dolor.

El resultado de la ecografía no era claro, así que me sacaron sangre y tomaron algunas muestras de lo que estaba expulsando. Me trasladaron a un paritorio y llamaron a mi marido. En ese momento eran las 4:55. Y allí estábamos él y yo, en un paritorio, junto a un gotero de metamizol, otro de suero, unas máquinas de hospital y una puerta de la que ni yo (por razones obvias) ni mi marido (por razones absurdas a mi modo de ver) pudimos cruzar hasta las 13:30 aprox. Nueve horas interminables para mí, para mi marido y para mi familia, que estaba a escasos 10 metros de distancia y que no sabía absolutamente nada de mí a excepción de lo poco que les podía informar mi marido vía telefónica porque os repito que no le dejaban salir del paritorio.

Esperábamos una segunda ecografía que confirmara la trágica noticia mientras llegó la primera de las enfermeras. Escuchó mis lloros y se acercó a ver cómo estaba. Por una parte, bien, es su trabajo, por otra parte me pregunta: “¿Qué te han hecho?¿una cesárea?” imaginad nuestro asombro, pero cuando le digo que no, que estoy abortando, me suelta: “¿ah, y te duele ahí abajo?”. En fin...
Esta enfermera se fue, y al poco tiempo vino otra a revisar los goteros y la vía. Le dije que aún tenía muchos dolores y me dijo que las pastillas que me habían dado hacían que tuviera contracciones y de ahí los dolores.
-¿Pastillas? Le respondo
-¿No te han dado unas pastillas?
-No lo se...
-La que no lo sabe soy yo.
Bonita contestación de la enfermera

Y allí seguíamos los dos esperando a que alguien nos informara de algo, pero nada. Mientras tanto, por efecto de los goteros las ganas de ir al baño cada vez eran más y al final me tuve que levantar... Y vino el segundo golpe psicológico. La escena que ya había vivido en mi casa se volvió a repetir, pero multiplicada por tres. Expulsé tanto que hubo que llamar al servicio de limpieza del hospital. Ya estaba claro, no me hacía falta ninguna segunda prueba que ratificara las sospechas, definitivamente había abortado.

Tuve que tirar mi ropa interior, y como en el hospital no disponen de braguitas de papel ni nada parecido, empecé a gastar unos empapadores que encontró mi marido a modo de braguitas. ¿Sabéis quién me cambió? él. Esa y las más de diez veces que hubo que cambiarme el empapador porque yo no paraba de sangrar. Nadie se dignó a acercarse a ver cómo iba mientras esperaba los resultados y mucho menos a cambiarme.

Hasta ese momento sólo sabíamos que tenía posiblemente un aborto (posiblemente, dice) y que teníamos que esperar los resultados del hemograma y una segunda ecografía para confirmar, pero llegado el cambio de turno nos llegó mucha más información. Información que no necesitábamos saber, como el reparto de los turnos de vacaciones de enfermería y que había llegado un enfermero al que sus compañeras encontraban guapísimo después de estar unos días sin venir. Y es que con la llegada del turno de la mañana del viernes 23, aquella zona se había convertido en un auténtico patio de corralas.

Pasaban las horas y el efecto del metamizol se iba con ellas. Mi marido llamó cuatro veces al botón de llamada y no venía nadie, como acabo de contar, estaban demasiado ocupados con sus turnos de vacaciones y demasiado contentos con que a una de ellas le hubiera tocado libre el día 1 de noviembre. Acudir a la llamada no acudían, pero hubo un momento en el que mi marido se asomó a la puerta y ahí no tardaron ni un minuto en llamarle la atención: “oye, que ahí no puedes estar mirando a ver quien pasa o deja de pasar, además si está dilatando te tienes que esperar” ¿Si está dilatando?... ¿Si está dilatando? ¿Pero es que alguien sabía lo que me pasaba? Os estás cubriendo de gloria, amigos...

Y lo mejor estaba todavía por llegar, vino una celadora a preguntarme si yo me llamaba “XXXXX”(no voy a decir el nombre de la otra paciente, claro) le digo que no, que soy Inés. “Ah, vale” me responde y se va. Vuelve y me pregunta que si no tenía “el papelito” le digo que no y se vuelve a ir. Entra una vez más y se apunta el número de la pulsera que me habían puesto en recepción al entrar y se va. Ahora se por qué nadie sabía lo que me pasaba.

Por fin llegó la doctora que me tenía que volver a revisar. Antes de empezar me preguntó si había tomado algo. Le comenté que no, que sólo el metamizol, a lo que ella me dijo que de comer, y le respondí que desde que había cenado no había comido nada. Me mira y me pregunta: “¿Pero tú cuánto tiempo llevas aquí?

A estas alturas ya nadie se sorprenderá si os cuento que la doctora no sabía manejar el ecógrafo. Le preguntaba a las enfermeras que cómo se encendía, cómo se cambiaba a modo vaginal y cómo se ponía el zoom. Entre todos los que estaban allí, la única que lo tenía un poco claro era una enfermera que sabía encender el aparato “Porque se había tragado todas las de esta semana” pues hija, si tan poco te gusta tu trabajo, vete al almacén de naranjas, a ver si eso te motiva mas... Pero bueno, que me hicieron la ecografía sin poder conectar el zoom y ratificaron lo que mi marido y yo sabíamos desde hacía horas.

Me diagnostican aborto incompleto y proceden a preparar el legrado.
Como podíamos escuchar todo lo que cacareaban por los pasillos, nos enteramos que había otra chica en mi misma situación y que tenía un legrado programado, pero que al estar yo allí me iban a pasar primero que a ella a quirófano. Empezábamos a ver un poco de luz al final del túnel y al poco tiempo vino una enfermera a decirnos que cuando llegara el anestesista se pondría todo en marcha. Estábamos viendo la luz al final del túnel, sí, pero se volvió a apagar. Cuando llegó el anestesista vio que faltaba una prueba en el hemograma. Venga, nos retrasamos un poco más. El informe médico indica que la segunda extracción fue a las 10:54, os recuerdo que desde las 4:55 sólo llevaba en mi cuerpo una dosis de dos gramos de metamizol (Nolotil, vamos), los dolores que estaba soportando eran horrorosos y encima había abortado. Pero bien, alguien consideraba que no necesitaba más analgésicos.

También os puedo contar anécdotas de la segunda extracción ¿qué os pensáis? En primer lugar, llegó una enfermera que parecía muy atareada. Tan atareada que iba a gritos pregonando que estaba ella sola y que no se podía partir en dos. A gritos. Delante de mí (de eso no importa que me entere, ¿eh, enfermería? Pero bueno, dejando de lado el hematoma que tengo ahora en el brazo derecho, llegó un momento en el que la enfermera necesitó ayuda y se la pidió a mi marido de la siguiente manera: “A ver, Papi, aguanta aquí”. Papi... a mi marido... si eso eso es tratar a un paciente con delicadeza, no sé, igual era yo que estaba muy sensiblona por haber ABORTADO, lo siento.

Una vez más, allí estábamos los dos, esperando, porque no hacíamos otra cosa más que esperar a que alguien nos dijera algo y que pusiera fin a estas casi diez horas de dolor insoportable. Pero no, no venía nadie. Ni siquiera llamando al timbre de enfermería (que por cierto, está a dos metros de la camilla, si algún paciente está solo, no sé cómo llamará), como era ya de esperar.

Al final se acercó una enfermera y me dijo que no iban a ponerme nada porque ya estaba a punto de entrar a quirófano. No sé cuál será el umbral de “estar a punto” de esta enfermera, pero me hicieron el legrado una hora y media después, más o menos a las 13:30.
Y por fin me llevan al quirófano y salgo al legrado. Mi marido pidió salir a la sala de espera, pero no le dejaron. Que se quedara ahí, que irían allí a contarle cómo había ido la intervención. No se cuál sería la razón, pero la cuestión era que mi marido no saliera del paritorio, no sea que bebiera agua o comiera algo.

Por lo visto el legrado fue bien y rápido, y me llevaron a una primera sala de reanimación. Como todo no fue un desastre, he de admitir que el trato allí fue el que se espera de alguien que está tratando con personas. Bravo por ellas.

De allí paso a una segunda zona de reanimación, la ucsi me parece que se llama. Creo que Carrefour un sábado por la tarde está más silencioso que esa zona, con eso lo digo casi todo. Casi todo. [...]

macfly

Sigue de #3 ¿Y qué te pasó allí? Y a mi y a otros pacientes que estaban allí, pero yo sólo contaré lo mío. Vinieron a decirme que me levantara para ir al baño, y les respondí que no podía aún, que me encontraba mareada a lo que una de las chicas de allí me dijo “no puede ser, has tenido una sedación muy suave” (Vale, perdona, si no puede ser, me desmareo ya, no lo sabía...) tienes que levantarte ya. En ese momento ya me acompañaba mi madre, que había pasado 12 horas sin saber prácticamente nada de mí, y le dijo que no me podía levantar si no me daban una compresa y algo para sostenerla y aquella enfermera pizpireta y respondona nos dijo “Uy, que se ponga sus braguitas”. Ya no pude más... le grité que había tenido un aborto y que mis braguitas estaban llenas de sangre en la basura” y me dieron un pañal.

A las 17:00 horas del día 23 me dan el alta y puedo irme a casa.
No voy a sacar conclusiones políticas ni económicas del trato recibido. Pero lo único que se es que lo que yo necesitaba mientras estuve allí no valía dinero: información y profesionalidad. También es cierto que en otras ocasiones he tenido que utilizar los servicios del hospital de La Ribera y han sido los esperados, así que no puedo generalizar el trato recibido a todo el personal, pero se debe entender que lo que os he relatado pasó y que supongo que se podría haber evitado.

P.D: En mi informe de alta indican que ingresé a las 12:30 del día 23, más de ocho horas después de cuando en realidad lo hice

Gadfly

#2 pues desbloquealo