En el Londres, York y Oxford del siglo XIV, la violencia letal se concentraba en un pequeño número de puntos calientes, a menudo de no más de 200 o 300 metros de longitud. Al igual que en las ciudades modernas, la delincuencia no se repartía uniformemente, sino que se concentraba en ciertas calles e intersecciones donde convergían personas, bienes y estatus. La sorprendente diferencia radica en que, en la Edad Media, las zonas más concurridas y adineradas solían ser las más peligrosas.
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