Hace muchos años, me contaban que, para transportar el pescado por medio de acémilas desde nuestras costas hacia el interior de la Península, al otro lado de los montes, cubrían este pescado con rodajas de limones, tanto como para una mejor conservación, como para disimular el olor, algunas veces ofensivo. Tuve curiosidad por saber de dónde salían los limones, ya que en esos tiempos me parecía que la zona levantina de la Península, famosa por su producción de cítricos, quedaba demasiado lejos.