Indomable y presumida; mi abuela se enfrentó a la Trinidad de poderes del pueblo encarnada en: alcalde, cura y marido; para que yo pudiera ser “monaguilla”, —privilegio reservado exclusivamente a los niños varones—.
Mi abuelo se atragantó con la sopa y el sacerdote con el vino, cuando les dijo: — ¿Acaso la niña sólo puede pasar el cepillo en la iglesia cuando por turno de limpieza nos toque barrerla? —“Privilegio” reservado a las mujeres—.
Escribió al Obispado y amenazó con presentarse en el mismísimo Vaticano en el próximo viaje del Imserso, si no atendían a su pretensión.
Hoy, luzco por primera vez la sotanilla y ayudo en misa al señor cura; quien cada vez que dice amén, me mira de soslayo al no poder disimular la sonrisa triunfal que se dibuja en mis labios.
Lástima que mi abuela, tan indomable como presumida, le tocó contemplarme desde el cielo.