El capitán ordenó precaución porque había visto un puesto enemigo enfrente de nuestro avance.
Agazapado entre las rocas, vimos el casco de uno de ellos. Nos ordenó disparar desde todos los ángulos posibles.
Pero no tuvimos éxito. Ni se inmutó.
Para ablandar su firmeza, se pidió refuerzo de la artillería. Tres días de fuego casi constante.
Ni se inmutó.
Nos retiramos unos kilómetros al pedir el apoyo de la aviación. Decenas de pasadas de bombarderos durante tres largas horas.
Al volver, seguía ahí. Ni se había inmutado.
Entonces es cuando, desobedeciendo las órdenes, el soldado Juan se levantó y salió a andar despreocupadamente. Al principio pensábamos que iba a mear, pero se dirigió al puesto del enemigo. Le dio una patada y salió rodando. Era un casco aislado.