La niña del bikini de rayas era un excelente objetivo, pero no paraba de moverse. A su lado, otros gentiles infantes corrían junto a una pelota, inconscientes del peligro, mientras siniestros lepidópteros albinos bailaban con la muerte.
Caía la tarde vagamente junto a los chopos, y entre cedros líricos intuyó la efigie de un hombre cetrino, sentado junto a una mesa, protegido del jolgorio circundante por una franja de lirios blancos.
El hombre ya había sido alcanzado por muchos otros, pero eso no pareció importarle, de modo que afinó su puntería, y con un movimiento certero y estudiado, le picó en el cuello.