Imagina, viajero indolente, que arrastras altivo los pies sobre mí, soñador como eres, que compartiera tu misma desdicha; imagina que fuera víctima de tu vil carnalidad, de tu corta e irrelevante existencia. ¿Acaso te has preguntado cómo os veríamos desde aquí abajo?
Es plena noche y ya os oigo excavar la tierra, entre crujidos de vigas y quejidos infantiles. Vienes a por mí. Muchos hombres han muerto, en pugna fratricida, por ser los amos de estos niños mineros. Aquí, en el corazón del continente donde se alumbró a vuestra especie maldita, hurgan en las entrañas de la tierra para poder perturbar mi tranquilidad, para saciar vuestra codicia y vileza, para someter a vuestros semejantes, para llenar con supuestas riquezas un infinito vacío interior. Y esa especie tan extraña, que siempre ha excavado en la tierra donde ha de yacer, buscando a la diosa Fortuna, ahora me llama tierra rara.