“Es sabido que Akhenatón, el ÚNICO faraón monoteísta que obligó al culto de Atón, influyó en los cananeos que vivían entonces en Egipto. Éstos, esclavos en su mayor parte, practicaban una religión oscura, con varios dioses. Aquel concepto de dios único y omnipotente lo llevaron a Canaán para imponer el culto cruel y vengativo a Yahw’e. Se expulsó a su divina esposa Asera o a Baal del protopanteón judío. Milenios después, los seguidores del tal Yahvé fueron aniquilados en cámaras de gas, y poco más tarde, ellos mismos aniquilaban a otros pueblos con igual saña y desaprensión”.
Con este argumento desquiciado, el penalista Moraant convenció al Congreso para promulgar la ley de Casos Aislados, que imponía la pena capital a cualquier acto del que se desentendieran las instituciones, como delitos corporativistas, corrupción policial y nepotismo institucional. Sorprendentemente, esos fueron los años de mayor esplendor ético en la vida pública.