El cazador

La última vez que hubo electricidad fue hace ya años. Esa noche en que todavía funcionaba todo malgasté unas horas leyendo un libro. Los días siguientes fueron primero tranquilos, luego tensos, finalmente caóticos. En el betún espeso de la noche se oían alaridos, bramidos de destrucción, risas desquiciadas. Animales salvajes que habían sido ciudadanos salían a desatar una agresividad primitiva y eufórica. Cuando las baterías y antorchas improvisadas escasearon pocos arriesgaban a salir de noche, salvo para quienes la oscuridad era indiferente: los ciegos. Se instauró entonces un justo equilibrio. De día la ciudad era territorio de caza para los dotados de vista y los invidentes se escondían en agujeros. De noche campaban estos últimos, que acometían ágiles en plena negrura. Nos cazaban como a conejos. Entendí que para comer era más fácil cazar a muchos que a pocos y cambié de bando. No me importó mucho arrancarme los ojos.