Ramírez recorrió el largo pasillo, abrió la puerta que se encontraba al final y entró a la reunión sin titubear. Estaba convencido de que ese pasillo le conducía inequívocamente al fracaso.
Por más tiempo que llevaba intentando entender en qué iban a beneficiarles los objetivos comunes de los que le habían hablado, no pudo siquiera entenderlos.
Ramírez había llegado a esa reunión con la carpeta vacía, las manos sudorosas y con el nudo de la corbata ahogándole.
Cuando su jefe de departamento, tras una larga introducción lo miró de forma determinante, supo que había llegado el final. Su final.
"El cerilla" (así apodaban a su jefe, por su extrema delgadez y su cabeza de tamaño desproporcionado) deslizó sobre la mesa un Nikon y un Leica, ambos de 35mm y dos Canon de 50 mm hasta colocarlos justo enfrente de Ramírez.
Ramírez tragó saliva por el poco espacio que dejaba el nudo de su corbata. No sabía absolutamente nada de fotografía.