Al ver cruzar el gato negro no hizo caso, total, la tormenta había roto su paraguas y estaba empapado, solo deseaba llegar a casa.
Al abrir la puerta se quitó la gabardina sin recordar que llevaba la mochila aún colgada, esta golpeó el espejo del recibidor y lo rompió en mil pedazos. Pero incluso lo agradecio, el espejo era viejo y lo había dejado allí su ex, ni ella lo quería y era lo último que allí quedaba de ella.
Era tarde y quiso cenar, comeria algo rápido, una ensalada preparada solo necesitaba aliñarla. Un buen aceite, vinagre de moderna y.... mierda, se le cayó la sal, ahora tendría que barrer la cocina.
En el sofá viendo su serie favorita recordó que la bicicleta estaba en el balcón, con esa tormenta se oxidaría y con lo que le había costado no estaba dispuesto a que se le estropease. Salió descalzo aceleradamente a recogerla, pero el suelo mojado hizo que se resbalase y dio un traspié, se abalanzó sobre la barandilla y esta cedió. Mientras caía del séptimo piso no entendía el porqué de su desgracia.
La policía, el juez, la compañía de seguros y sus vecinos nadie entendió como alguien con éxito y en la flor de la vida se había suicidado. En el atestado lo categorizaron como un caso aislado.