El hechizo

La carpa blanca a las afueras de Biloxi, en un prado cercano al río Tchoutacabouffa y la Interestatal 10, ya anunciaba qué era, no era la primera vez que la veía, pero nunca había entrado.

Pero hoy quería ver qué movía a la gente a entrar ahí, comprobarlo por mí mismo.

Casi repleto al entrar, observé el escenario mientras me sentaba al fondo: una gran cruz en medio, frente a la entrada, todos los oficiantes de blanco, grandes altavoces laterales y un micrófono en el centro, delante de la cruz.

El oficiante principal se dirige al micrófono y empieza a hablar. Primero con suavidad, para ir, paulatinamente, aumentando el tono, más arenga que homilía: una diarrea mental, un vómito de palabras, casi agresivo.

Pero lo curioso era la gente: predispuesta, rendida de antemano, cual ayudante casual de hipnotizador, seleccionado por su predisposición a ser hipnotizado.

No estaban convencidos: estaban hechizados.