El ambiente de la oficina era irrespirable. Dos facciones de empleados se dedicaban a odiarse activamente. No es que no se hablasen, sino que se sometían a toda clase de perrerías, desde insultos en voz alta cuando el destinatario estaba de espaldas, a sabotaje de ordenadores para borrar trabajos. La Dirección recurrió al pacificador, que llegó camuflado como un nuevo administrativo.
Las dos facciones intentaron camelárselo. Su respuesta a la facción A fue “no hablo con subnormales”. A la facción B le respondió con un pedo descomunal. En las semanas siguientes, el pacificador puteó de todas las formas imaginables a ambas facciones. Insultos, desprecios…y absoluta indiferencia, cuando no burlas abiertas, ante cualquier contraataque que le lanzasen.
Y ambas facciones empezaron a hablar. Inicialmente para criticar al pacificador. Luego concluyeron que sus diferencias no eran tan grandes como el odio al enemigo común. Hicieron las paces. El pacificador cumplió su misión.