—Y aquí tenemos la sala de incubación —dijo el guía—. Es aquí donde inoculamos la proteína a los fetos. Ninguno de estos tendrá boca, así pues...
—¿Por qué se sigue llevando a cabo este tipo de ingeniería? —dije cortando la explicación—. No pueden hablar ni entre ellos.
—¿Para qué quiere que hablen? Son obreros.
—Pero...
—Sin peros —respondió, cortante, el guía—. El lumpen no necesita hablar. Ellos lo saben, saben cual es su cometido y para eso los diseñamos. Solo son útiles sus manos, un obrero no es un pensador. ¿Recuerda cómo estábamos antes del levantamiento? ¿Acaso quiere que ocurra lo mismo?
—No me refería a eso, quiero decir...
—¡No diga nada! —exclamó el guía alterado-. Habla usted demasiado. Lástima que este metodo no funcione retroactivamente.
Apartó de mí su mirada relampagueante y el grupo se fue acompañando al guía hacia otra parte de la gran sala.
Yo me quedé mirando hacia un tubo de incubación y vi cómo un bebé casi formado, me miraba penetrantemente: como escudriñando mi gesto. Los músculos de la boca sin formar se movieron espasmódicamente. ¿Querría decirme algo?