Jerónimo era vidente. Todo empezó cuando tenía apenas seis años y soñó que su padre rompía el retrovisor del coche saliendo del aparcamiento del centro comercial. Cuando esa tarde sucedió, no pudo hacer nada para impedirlo, pero un escalofrío le recordó que su sueño era real.
Con el tiempo, había aprendido redirigir sus visiones: bastaba con pensar intensamente en algo justo antes de irse a dormir para soñar con ello. Le había resultado muy útil, primero con la lotería y luego con la inversión en bolsa. No se consideraba una mala persona y no veía por qué iba a ser inmoral aprovechar su don. Lo que nunca había sido capaz de ver era por qué, cada noche, aparecía una moneda de euro bajo su almohada.
El ratoncito Pérez era vidente.