Viudo de sesenta años que va de putas.
La chica, o no tan chica, porque sobrepasaba los cuarenta, era maja. Tranquila. Comprensiva. Se lo folló sin prisas, dándole su tiempo. Hasta le estampó un beso en la calva cuando terminaron.
Un rato agradable, salvo por el final, cuando él, en aquella cama tan baja, tuvo que pedirle ayuda para volver a ponerse los calcetines.
La humillación aguarda donde menos te lo esperas.