Fuimos imprudentes. Todo el día en la playa, de fiesta, al sol...
Disfrutábamos ya desde el coche, a toda velocidad, nadie a nuestro alrededor. La carretera sólo para nosotros. Todo era cojonudo.
Cuando llegamos a la playa montamos la fiesta. Había que celebrarlo, no pensamos en nada más. Pusimos la música a tope y en seguida conseguimos de todo, alcohol y lo que no era alcohol. Las chicas nos vieron de lejos y se acercaron, claro. Éramos como un imán, unos chicos guapos pasándolo bien en la playa, bajo el sol. Y cuando hay música, birras y mujeres, las cosas sólo pueden ir a más. Debimos ser más precavidos.
Ahora echo de menos a Rosita. Cuando volvimos de entre los arbustos la fiesta ya estaba desmadrada. Media playa se nos había unido, riendo, bailando y bebiendo, de fiesta, bajo el sol. Todo el día así.
Qué juerga, llegó a ser apoteósica.
No podía terminar bien. Llamamos demasiado la atención.
Nos cayeron cuatro años a cada uno. Menos al Moñas, el muy animal se había liado a patadas con el segurata del banco cuando estaba en el suelo. Le costó dos más. Seis años a la sombra.