La fábula del viejo Platón nos dice que unos prisioneros vivían en una cueva subterránea donde sus amos, a modo de teatro de sombras chinescas, hacían deslizarse diversas siluetas, simulando la realidad de su mundo. Un día, el elegido descubrió el engaño y decidió actuar. Tras una ardua escalada —pues toda victoria sobre las sombras requiere transitar el camino del héroe— pudo contemplar la realidad con sus propios ojos.
Lo que el maldito griego no nos contó es que, una vez regresó con sus compañeros, estos lo humillaron. Allí fuera era pleno estío y en la cueva se estaba fetén. Además, podía creerse muy listo, pero ya se habían dado cuenta del engaño hacía tiempo; decidieron continuar con la farsa porque sus captores les trataban bien.
Salustio, romano y más práctico, ya nos explicó que el hombre no busca la libertad, sino un amo justo. Y fresquito en verano.