Una mañana como otra cualquiera

Sebastián Horza se había levantado esa mañana como cualquier otro día, pero casi por casualidad se dio cuenta de que no tenía sombra, miró y remiró varias veces buscando como un perrillo su cola hasta que se convenció de que no tenía sombra. Nunca la había echado en falta hasta que la perdió. Se tocó los brazos, las piernas, la cara, todo parecía seguir en su sitio pero su cuerpo no bloqueaba la luz. Decidió ir a Urgencias.

Justo cuando iba a salir hacia la calle se miró de refilón en el espejo de la entrada. Se detuvo en seco y dio un par de pasos atrás. Se quedó mirando esa lámina reflectante con marco dorado, un espejo vacío que sólo mostraba el cuadrito de la pared de enfrente. Sebastián tampoco se reflejaba en el espejo.