Surgió de la luna llena y de aquel primer niño ancestral que temió las sombras de un árbol; no del miedo a la oscuridad. No, no son el mismo miedo.
Ahora se mueve por tu dormitorio aprovechando las largas sombras que el resplandor de la calle te mete en casa, o las luces de tus propios dispositivos. A veces consigue que notes su presencia, soplándote levemente en la nuca.
No es la muerte, que está bien definida. Es otra cosa que se queda atorada. Como la mirada perdida que viste en la residencia de ancianos. Esa mente sepultada bajo las sombras, que no vuelve ni tampoco se termina de marchar todavía.
Está cerca. Ten cuidado. No dejes que se obsesione contigo.