Por amor se aguanta casi todo. Cuando mi chica me dijo cómo pretendía pasar las vacaciones, no pude evitar fruncir el ceño justo antes de decirle que me parecía una idea estupenda y muy solidaria. Volamos directamente desde los States. Menos mal que mi suegro, al final, no vino, empeñado como estaba en conocer la tierra de sus ancestros.
Así que ahora me encuentro aquí, al borde de la insolación, en el lugar más elevado de Sderot, desde donde se ve el espectáculo. “No son seres humanos. Son monstruos. Hay que destruirlos”, dice uno de los locales. Mi chica, con ese acento tejano que tanto me pone, susurra: “Quiero ayudarles como sea, después de lo que han pasado. Venir aquí y ver el frente con mis propios ojos ayuda a entender la historia más a fondo”.
Además de guapa, es culta y buena gente. Pero yo quería ir a Magaluf.