Juan llegó a casa con toda la ilusión del mundo y no notó la tristeza en los ojos de Ana. Le dijo:
- Ana, tengo unas vacaciones maravillosas, lejos de este infierno en que se han convertido el sur. Nos vamos al norte, al fresquito.
- No, Juan, dijo ella. No iremos a ningún lado. Estoy cansada de que tenga que hacerlo todo en la casa, de que toda la carga mental recaiga en mí.
- Pero, Ana, si todo está pagado.
- Me da igual, Juan, exactamente igual. Yo soy la que cocina, la que plancha, la que limpia.
- A veces, yo también limpio.
- Sí, pero nunca sale de ti. Toda la carga mental recae sobre mí.
- Probablemente, tengas razón, dijo Juan. Haré todo lo posible por mejorar, porque lo hagamos todo juntos y estés descansada, en cuerpo y mente, para las próximas vacaciones.
Así lo hizo: miró tutoriales en Youtube y aprendió a planchar, vio programas de cocina en la tele y aprendió a cocinar, aprendió trucos de limpieza en Instagram y él y Ana compartieron tiempo y tareas, tareas y tiempo. Pasaron meses, llegaron otras vacaciones y Ana estaba feliz del cambio que había logrado en Juan. Se acercó a él, sonriendo, y le preguntó qué dónde irían ese verano y deseó que fuera al norte. Ana no vio la alegría en los ojos de Juan o la interpretó mal.
- Ana, dijo, no sé dónde irás tú pero yo quiero recorrer el mundo. Ahora que sé hacer de todo, me he dado cuenta de que no necesito absolutamente a nadie.