Somos dueños de nuestra piel. La engendra un instante, la moldea los genes, la convierte los hábitos y la deteriora la edad. Quizá, a veces, únicamente sobrevive la mirada. El planeta es un escaparate infinito de seres humanos. Un museo maravilloso que obviamos. Multitud de trazos de piel con diseños, colores y tactos que pocas veces nos detenemos a disfrutar. A diario, cruzan ante nuestros ojos, que avanzan vacíos, distraídos y absortos en pensamientos de necesidad imperiosa.