Pero no parece ese un talante compartido por los jóvenes –y no tan jóvenes– que asaltan Madrid estas noches. No andan motivados por un descontento social ante los poderosos, sino por una inasumible pérdida del poder. El olor de sus atávicas razones no pasa desapercibido entre el aroma a democracia del siglo XXI. Y a falta de un plan propositivo, su gasolina es la de siempre: el lamento españolista. Solía funcionar cuando en la periferia separatista había tiros y estallaban bombas.
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